María de las Mercedes García tiene 61 años y el alma desgarrada: su hijo Borja murió con 37 recién cumplidos el pasado domingo en una cárcel de Perú en la que cumplía condena por tráfico de drogas. Como tantos consumidores pobres y atrapados por la adicción, quiso hacer las Américas, transportar una cantidad de droga y ganar así dinero para él y para su familia. Pero el 16 de agosto del 2009, en el aeropuerto Jorge Chávez de Lima, le encontraron cuatro kilos y medio de cocaína en líquido y ya no pudo volver. Lo hará en un ataúd, aunque ni siquiera eso ha sido fácil.

"Jamás me robó nada, jamás me levantó la mano. Era un buen hijo. Era un enfermo", explica entre sollozos María de las Mercedes, vecina de Esplugues de Llobregat (Barcelona). Francisco de Borja Suárez García cumplió 37 años el 2 de enero y falleció 11 días más tarde. Llamó a su madre 48 horas antes del final, que no sospechaba. Llamaba a menudo, aunque podía hablar poco. Ese día, el último, le dijo: "Piensa que estoy allí contigo y yo pensaré que tú estás aquí conmigo, y estaremos mejor".

Su familia denuncia las condiciones de vida que tuvo en las cárceles peruanas y considera que el Gobierno español no ha hecho mucho por ayudarles. Repatriar el cuerpo ha sido complicado. Había que abonar 8.000 dólares (unos 6.000 euros) que ellos no tienen: la madre es cocinera en una residencia para la tercera edad, el padre falleció en el 2003 y los tres hermanos del difunto tampoco gozan de una situación económica boyante. Al final, una tía asumió el pago, que, dicen, le devolverán poco a poco. Esperan el cuerpo para el martes o el miércoles próximos.

Cenizas en casa

La madre tiene claro qué hará: lo incinerarán y guardará las cenizas en casa. Ella solo quiere "rendirle homenaje". Su hijo era carpintero, oficio que aprendió del padre. Tenía mujer y un hijo que ahora tiene 10 años. Todo se torció cuando empezó a consumir basuco, la droga más devastadora del mercado, elaborada a partir de los desechos químicos que se producen durante el proceso de elaboración de la cocaína. Una droga, cuenta su hermana Elena, que le obligaba a consumir constantemente: "Le dijo a su mujer que tenían que separarse y vender el piso. Y se gastó su parte en un mes". Ya nada volvió a ser igual.

La familia no discute que su hijo se equivocó, pero considera que el Estado debería ayudar a familias en su situación: bien lo ha hecho, dicen, en el caso de Angel Carromero, el dirigente de las juventudes del PP condenado en Cuba por homicidio imprudente por la muerte de dos destacados disidentes en un accidente de tráfico, y que ya está en España.

La familia de Borja se marcó como objetivo lograr que completara su condena en España. Sobre él pesaba una pena de seis años y ocho meses. Primero estuvo preso en la cárcel de Callao, conocida antes, y todavía, como Sarita Colonia, la de peor fama del país. Más tarde estuvo en la de Piedras Gordas, la que se considera más moderna. Allí falleció.

Borja no gozaba de una buena salud. Al margen de los efectos de las drogas, que siguió consumiendo preso, era diabético desde los 13 años y en Perú se contagió de tuberculosis. Uno de los problemas de la familia era hacerle llegar insulina. Denuncian que aunque se la enviaban, en ocasiones no la recibía.

Elena y otro hermano fueron a visitar a Borja en junio del 2010. De la visita ella recuerda la sensación de impotencia, cómo todo funcionaba a base de sobornos, grandes o pequeños. La madre no tiene pruebas, pero asegura que o lo mataron o lo dejaron morir. La forma de comunicación con él no era fácil, pero más complejo todavía era hacer llegar dinero a personas que estuvieran en contacto con él, como una monja española, para que le ayudaran. Para que le aseguraran un plato caliente. Las dos familiares del fallecido hablan de él en un piso de alquiler. Celebran que sea así: "Si fuera de propiedad ya lo hubiéramos perdido para dárselo".

Elena asegura que en la cárcel su hermano estaba en tensión continua. Que apenas podía dormir por miedo a una agresión. Y que pasaba horas sin parar de consumir drogas. Tanto la madre como la hija consideran que el Estado debería hacerse cargo de estas situaciones, prestar más ayuda y luchar para que los presos españoles puedan cumplir sus penas en su país. En unos días, Borja volverá a Esplugues para siempre. Su madre solo quiere hacerle un pequeño homenaje. "Borja era un buen chico".