Cáceres duerme a sus horas. Cáceres se esconde y reaparece. Cáceres puede al tiempo. Está hecha de tiempo, y sabe que le sobra. Cáceres sestea dulcemente. Si existieran cielos, Cáceres andaría cerca de ellos. Primer lunes después de Reyes, va cerrando el comercio, y Cáceres sestea.

En Cáceres todo tiene su propia calma. Cáceres estaba en calma mucho antes de que la calma se llamara calma. Y así sigue, en calma, de Cánovas a Pintores. El Kiosko Colón. El Gran Teatro. De Pintores a la Plaza Mayor. Voy viendo. Pintores se vende. Medio te puedes comprar la calle entera. Se Vende. Se Alquila. Edificio en Venta. Se Alquila. ¿Qué pensará Felipe II de todo esto? De la Plaza Mayor a Pintores. ¿Madrid? ¿Valladolid? Felipe II seguro que, a estas horas, sutiles, ingrávidas y gentiles, pasea por Cáceres.

Todo repleto de ofertas. Menú del día, trece, catorce, quince... Especial, veinticinco. Ave de paso… Veo más tiendas para turistas que turistas,… será la hora. ¿Qué ciudad nos espera mañana? ¿Cuál es el ágora de hoy? ¿Los centros comerciales? Las ciudades cambian… Taperías, restaurantes… Inmutable, la del Bujaco. Entre dos plazas, escondido del turista, está Bouquet. Entre la Plaza de Las Piñuelas y la Plaza Publio Hurtado. Cobran por entrar en los cines, en los toros y en los museos; deberían cobrar por pisar las piedras que van de la una a la otra. En calma. Bellísimas. A más años, más quema la lujuria de la piedra. La puerta de atrás del Ayuntamiento y la nada. Ya les tengo dicho que los sitios son, entre otras cosas, el sitio. Bouquet está donde tiene que estar.

Bouquet tiene aire moderno. Puntito sueco. Tal vez a Felipe II, si se pasara por aquí, le gustaran los aires nórdicos. Todo muy blanco. Muy de hoy. Es lo que tiene Cáceres, que lo nuevo luce más nuevo. Unas pocas meses, y al fondo, en un recodo del comedor, una redonda, la fetén, con manteles de tela para gentes de más copete, altos cargos y trapisondistas varios. Del Ayuntamiento no vi a nadie. Nadie en general. Ya saben, primer lunes después de… Llego temprano,… luego se va animando.

La cocina de Bouquet tiene cierto aire naif. Desprende ternura y detalle. Al menos, en lo que escogí, no hubo una sola nota desafinada. France Gall, poupée de cier, poupée de son…, o quizá Lucienne Delyle, sur les quais du vieux París… En francés y en femenino. No hubo impostura, hubo cierto refinamiento adolescente. Comí delicadamente. ¿Se saben el antónimo de tosquedad? Pues de eso hubo. Aroma a flores niñas. Casi infantil. ¿Cuánto vale un detalle en calma?

De primero unas galletas de foie. Algo sencillo, pero hermoso. Con su florecita y su salsita de almendra amarga. Me gustó el sabor de la gotita de salsa de almendra amarga que había debajo de cada galleta. Como quien encuentra un escorpión levantando una piedra. Un picadura de sabor. Sobre la galleta de foie había otra gotita, ahora azul, que no recuerdo lo que era, y un pétalo de flor que era eso,… un pétalo de flor. Y tan contento. El segundo fue un tataki de atún. Algo sencillo pero magnífico, más naif aún, una paleta desbocada de colores en las salsas. Y tan contento. Supongo que la experiencia pudo ser muy distinta de haber pedido los judiones con perdiz y el rabo de toro; me quedé con la intriga de saber si hubieran sido capaces de emplatarlos con el mismo esmero, color y delicadeza. De postre tomé, fruta no tenían, un lingote de caramelo con ganaché de chocolate blanco. Otro pelotazo de sabor, otra acuarela soberbia. Y tan contento. Y en calma. Plaza Publio Hurtado, donde la historia te vigila. Al salir tropecé con Felipe II, que nunca duerme siestas, nos saludamos ceremoniosamente; ya no supe si subir por la calle más bella del mundo, buscando el adarve, o bajar y reunirme con la ciudad en calma.