En la plaza bella plaza de Fregenal, enclavada en el patio de armas del castillo templario se vivieron momentos de interés. No toda la tarde fue redonda, pero Curro Díaz dibujó una faena bellísima, Ambel Posada plasmó su toreo de arte y regusto, y El Niño de la Capea, todo un joven veterano, también recreó su toreo, aquel que le llevó a ser considerado una gran figura del toreo. El resto de la tarde tuvo menos enjundia, bien porque no todos los novillos se prestaron al lucimiento, bien porque algún torero dijo más bien poco.

Abrió al tarde Pedro Gutiérrez Moya y su novillo fue devuelto porque se partió un pitón. Lidió el cuarto como sobrero y toreó con primor a la verónica, con la media tan suya de frente y a pies juntos. El astado era casi un inválido pero el maestro salmantino sacarle algún muletazo con la mano más baja.

En Curro Díaz hay un torero que, además, lo parece. Tuvo un buen novillo y las series, por ambas manos, brotaron cadenciosas. Le daba tiempos y lucía su torería y empaque. Bello fue el toreo de este artista de Linares, que emborronó la faena con la espada.

Bueno fue también el novillo de Ambel Posada, al que cuajó a la verónica, en un toreo de capote muy personal por mecido. Después la faena tuvo buen corte porque resultó ligada y el torero se gustó en toda ella. Fueron tandas en redondo, por ambas manos, con sabor en los remates y en el toreo cambiado. Mató muy bien y paseó dos trofeos.

El Capea, hijo de quien se anunció como ´Niño´, tuvo un astado reservón, con el que hizo un esfuerzo. Firme y asentado, los muletazos fueron de uno en uno.

Manso fue el novillo de Fernando Marco, que iba y venía sin entrega, y su faena tuvo poco interés. Lo mismo que el toreo de Julio Benítez, en extremo embarullado, y el de El Rubi, un diestro venezolano que nadie conocía y que hizo un trasteo vulgar a un buen novillo.