Corren malos tiempos para la lírica. Y para la épica, y no quedan ganas de comedia con la tragedia que nos está cayendo. En cuanto se habla de recortes, la cultura es la primera afectada. Educación y sanidad deberían ser intocables, aunque tampoco lo son, pero eso ya es tema para otra columna. Ahora parece que por fin la austeridad y el sentido común han llegado a las cuentas públicas, y la primera medida es el tijeretazo a todo lo que huela a pintura, escenario o libro. Aquí no entendemos de términos medios. Hemos pasado de celebrar festivales en cada aldea y tirar la casa por la ventana para traer estrellas internacionales a la verbena de cualquier pueblo, a recortar hasta lo inverosímil el presupuesto del festival de Mérida. Congresos sobre temas disparatados, exaltación de cada localismo como hecho diferencial, mercadillos medievales en ciudades nacidas en el siglo XIX, y mesa y alfombra puesta para cualquier personaje famoso, siempre de fuera, para que contara el lujo con que le habíamos tratado los extremeños. Todo eso lo hemos pagado con nuestro dinero, y lo hemos disfrutado mientras creíamos que éramos tan importantes que necesitábamos viajes a Japón para darnos a conocer, o misiones para mostrar a Europa qué hacíamos con su dinero. No solo en vivienda sino también en cultura hemos firmado hipotecas que quizá no podremos pagar nunca. La burbuja no solo ha sido inmobiliaria y ahora toca todo lo contrario. Si es verdad que el sentido común ha llegado a la política, las cosas se irán poniendo en su sitio, lejos de parafernalias y despilfarros. Hasta entonces, apaguen sus móviles y disfruten del vodevil.