Dos expediciones oceanográficas, una a bordo del gran buque New Horizons y la segunda en el velero Kaisei, se han adentrado en el mar en busca del gran vórtice de basura del Pacífico, una región surgida en las últimas décadas como consecuencia de la continua acumulación de residuos flotantes en el océano. La isla o la sopa de la basura, como se la llama popularmente, no tiene parangón en ningún otro mar: la zona no está tapizada de plásticos en su totalidad, obviamente, pero se calcula que hay una densidad anormal de residuos flotantes --aunque también sumergidos en el fondo-- en unos 500.000 kilómetros cuadrados, más o menos como la superficie de España.

Ambos equipos buscan lo mismo: analizar el gran campo, definir sus dimensiones y, luego, proponer medidas de control y eliminación. Poco se sabe hasta ahora de la gran isla porque ni la detectan los satélites ni los buques mercantes --muy escasos-- que transitan por la zona.

"Nos estamos acercando y a todos nos va ganando la emoción", escribía ayer en su blog el empresario y ambientalista californiano Doug Woodring, alma máter del proyecto Kaise. "El mar está tranquilo. En las últimas horas hemos visto pequeños pedazos de plástico, aunque en algunos casos han sido más de 40 piezas en solo 15 minutos de estar tomando muestras".

Chelsea Rochman, estudiante de posgrado a bordo del New Horizons, insiste en el mismo aspecto: "Estamos viendo constantemente diminutos fragmentos de plásticos. Alguien podría pensar que estoy emocionada al observarlos, puesto que justamente preparo mi tesis doctoral sobre eso, pero les aseguro que he sentido tristeza".

Las dos campañas, que trabajan de manera coordinada, reciben el apoyo del proyecto Kaisei, dependiente de la fundación ecologista del mismo nombre, y tienen también un patrocinio de la National Geographic Society. El New Horizons, perteneciente a la Institución de Oceanografía Scripps, con sede en la Universidad de California, partió del puerto de San Diego el pasado día 4, mientras que el Kaisei lo hizo de San Francisco dos días después, el pasado jueves. Aunque ambos llegarán mañana a la primera estación de sondeo, la campaña oceanográfica se prolongará hasta finales de mes.

Ambas expediciones estudiarán cómo los pequeños fragmentos de plástico afectan a la vida marina. "La cuestión es qué clase de impacto están teniendo esos trozos de plástico en las pequeñas criaturas de los niveles inferiores de la cadena alimentaria oceánica", dice Bob Knox, responsable de Scripps. Uno de los experimentos, por ejemplo, lo desarrollará Andrew Titmu, licenciado en la Hawaii Pacific University: "Mi estudio es examinar la relación de la ingestión de residuos plásticos por parte de diversas especies de aves marinas, especialmente albatros y petreles".

Es fácil imaginar de dónde proceden los residuos --se trata de fragmentos de envases, frascos, botellas, aparatos electrónicos, mobiliario doméstico--, pero no lo es tan explicar por qué están dónde están. Los desechos detectados en el gran vórtice proceden lógicamente de las actividades humanas en tierras continentales. Lo que sucede es que, debido a las corrientes oceánicas circulares del Pacífico, que giran en el sentido de las agujas del reloj, acaban concentrados en esta zona de convergencia sin salida, como la llaman los científico. El área se mueve a lo largo del año hasta 1.600 kilómetros de norte a sur, según cálculos de la NOAA (Administración Atmosférica y de los Océanos de Estados Unidos), pero en líneas generales se encuentra a la latitud del archipiélago de Hawái. Poco más se sabe del alcance del problema, aunque diversos estudios sugieren que puede haber seis millones de toneladas de desechos flotantes.

Los científicos precisan que los residuos grandes, aquellos que se pueden observar desde la cubierta de un barco, son pocos y están alejados entre sí. En la mayoría de los casos se trata de pequeñas partículas que no llegan ni a un centímetro de largo.