Esto es un juego. Piensen en el primer lugar que se les pase por la mente. Cualquiera. Ya. Puede ser el más inhóspito de la tierra o uno por el que crucen cada día. Sirve la cima de una montaña, también el fondo del océano. Puede ser incluso una nave espacial cercana a la luna. Incluso el más recóndito esconde algo. Todos camuflan algún tesoro. Bien lo sabe Juan Carlos Rodríguez (Ávila, 1963), que los encuentra hasta en las piedras. Recorre ciudades en busca de los pequeños botines que dejan otros. Es una especie de Indiana Jones a la extremeña. Cuando habla, recuerda a aquellas películas de enigmas en las que la supervivencia de la humanidad pendía del hilo del Santo Grial o a esos corsarios que se pasaban la vida de isla en isla para buscar el oro enterrado de las profecías marinas.

Como aquellos piratas, el extremeño también usa mapas, pero los del siglo XXI. Lleva 19 años en Cáceres, es ganadero y cuando termina su trabajo en el campo, dedica su tiempo libre a practicar geocaching, una moda que nació de una prueba de la NASA y se extendió por el mundo como hobbie. Consiste en ocultar tesoros llamados caches (significa escondite en inglés) en el mobiliario urbano de la ciudad y encontrarlos con la ayuda solo de unas coordenadas. El botín puede ser cualquier cosa y los hay de todo tipo: los clásicos sin nada, los mistery con enigmas como un sudoku o los multis, yincanas en para recorrer la ciudad en una ruta. Algunos incluso guardan objetos de intercambio, normalmente algo de pequeño valor como un llavero o una insignia que se puede llevar si se deposita otro objeto. Para jugar solo hace falta registrarse en una aplicación, tener ingenio, capacidad para mirar y un GPS. «Hay que ser muy observador, tienes que fijarte mucho en las cosas». Cualquier detalle puede ser una pista así que como cuatro ojos ven más que dos, a las búsquedas acude con su mujer y normalmente cuenta con el olfato de su perra Maggie.

Juan Carlos puede presumir de ser uno de los geocachers más activos de Extremadura y suma ya 5.000 botines en su registro. Se resta importancia si se compara con un catalán que acumula 100.000. El juego es una cadena así que él encuentra pero también oculta los suyos. Ya ha escondido casi 300 en varios puntos y varias ciudades. Los fabrica él mismo. Saca de la mochila una minúscula bellota y un esqueleto de un ave que camuflará en algún árbol. Muestra también un avispero falso, un tupper con un dedo amputado --falso también-- y uno de los más elaborados, con casi cinco meses de trabajo.

Como ocurre con casi todo, empezó de casualidad. «Me pareció una bobada». Fue su hija la que le habló del geocaching mientras ella vivía en Portugal, un país en el que tiene mucho tirón. Desde entonces lleva tres años de botín en botín. «Te engancha porque no es solo buscar, es la sensación que genera cuando encuentras algo». Cuanto más difícil, mayor satisfacción. Ahora reconoce que ha reclutado también a media familia. «Lo mejor es que es apto para todas las edades».

En estos años recuerda anécdotas por decenas porque no es habitual ver a alguien rebuscar en el borde de las señales. «Una vez fuimos a un pueblo de colonización donde apenas hay turistas y se nos acercaron el alcalde y el teniente de alcalde para pedirnos explicaciones porque estábamos levantando las tapas de las alcantarillas, lo gracioso es que luego nos ayudaron a buscar». Después de aquello insiste en que hay que «ser prudente y tener sigilo». «La gente te mira extrañada en la calle porque no sabe qué estás haciendo y a veces en cuanto te vas, muchos se acercan a coger el cache y se lo llevan». Precisa que a los que roban los tesoros y no participan en el juego se les llama geomuggles, un término que se utiliza en el argot sacado de la saga de Harry Potter para nombrar a los que no eran magos.

A pesar del boom en Europa, en España y en Extremadura aún no es una práctica muy extendida salvo en el Jerte. En Cáceres hay solo seis equipos. En cualquier caso incide en su utilidad como «reclamo turístico» y anota que cada vez «hay mas afición». Precisamente el lunes ya han fijado en Cáceres un encuentro con geocachers portugueses. Ahora es él el que propone el juego. El extremeño saca el móvil en plena plaza y aparece un tesoro a unos metros. Una pista: está entre Pintores y el antiguo arenero. A ver quién lo encuentra.