TLta reforma del código civil para adaptar la legislación española a los diferentes acuerdos internacionales de protección a la infancia ha hecho correr tinta. Resulta llamativo el intento de algunos para interpretar que la nueva redacción no impide ese cachete que, como nos dicen repetidamente, nunca viene mal si se da a tiempo. Me ha escandalizado escuchar una tertulia de radio en la que una periodista decía, literalmente, que no podía entender cómo se puede educar a un niño sin cachetes ni azotes. Luego están los que afirman que a ellos les pegaron y no tienen traumas, cosa que me parece muy bien (que no tengan traumas) pero que no justifica que haya que repetir comportamientos indignos. Creo que en este asunto estamos como hace 40 años con la violencia machista. Entonces se veía lógico que un marido pudiera corregir a su mujer con una bofetada porque era su propiedad privada y hoy ocurre lo mismo con los niños: hay quienes piensan que tienen derecho a ejercer la violencia contra sus hijos. Me contaba una psicóloga que había visto a una madre azotando la mano de su hijo mientras le decía: "¡no se pega!". El niño recibía dos mensajes, uno verbal y otro ejemplarizante, pero éste último es el que siempre prevalece. Además, hay una norma básica de la educación que es la de no usar como método lo que se pretende criticar o corregir: si no queremos que nuestros hijos peguen, no podemos intentar corregirlos con azotes. Pegar a un niño supone legitimar que la violencia, aunque sea en pequeñas dosis, sirve para conseguir un fin. Y creíamos estar de acuerdo en que era siempre injustificable. ¿O no?