Día después de Reyes. Lunes de fiesta. Ocho de la mañana. La cabalgata ha dejado las calles como un campo de batalla. Los contenedores de basura son a esta hora fiel reflejo de en lo que ha venido a parar el espíritu de la Navidad. Que te den, Frank Capra . Lo que me preocupa es encontrar un café abierto. Si estuviera aún en Madrid no me pasarían estas cosas. Allí siempre hay un roto para un descosido y una cafetería donde acogerte a sagrado. Pero si sigo dando vueltas por el pueblo no voy a poder librarme del ejército de niños y padres con sus juguetitos nuevos de todos los años, y me van a fastidiar el humor, con lo recién estrenado que lo tengo. Los jodidos son como los pieles rojas de la Navidad, llegan en manada, aullando, y nunca atacan de noche. Y pensar que hasta hace un par de años yo también estaba obligado a participar de esta juerga de ficción. Afortunadamente eso pasó, ahora la Navidad es sólo un ejercicio de supervivencia. Y ficción por ficción, yo prefiero la del cine. Por eso me he pasado los dos últimos días viendo una serie americana. Californication se llama. Y por fin entiendo lo del calentamiento global. Carlos Boyero la pone a parir, pero a mí me gusta. Es como el sueño de reyes de un niño grande. La cosa va de un escritor de éxito en plena crisis creativa al que las mujeres más hermosas de la ciudad acosan como lobas en celo, aunque él está empeñado en recuperar a su mujer, que es, por otro lado, la actriz más hermosa que ha dado Hollywood en muchos años. Juventud, talento y sexo. Con esos regalos de reyes sí recuparaba uno la fe en la Navidad.