La radio del coche habla de una operación de rescate que, como por arte de magia tras la visita a la ciudad del presidente George Bush, parece haber cobrado toda la fuerza que le ha faltado durante cinco días.

Es viernes por la noche y por fin la I-10, la autopista fantasma que permite escapar de Nueva Orleans, tiene un tráfico constante. Un convoy de vehículos oficiales. Otro. Otro. Un autobús. Otro. Otro. Otro. Hay luz en un gran hotel situado a la derecha de la carretera que, aventajado sobre vecinos mucho más pequeños, ha resistido los malos tratos enfurecidos del Katrina . Hay luz. Hay esperanza. Pero todo se desvanece al llegar a Causeway.

La magia es magia negra: muchos de los autobuses van vacíos y la luz sólo brilla en las inmediaciones del aeropuerto, donde está instalado un centro de operaciones de emergencia y donde ha aterrizado el Air Force One . La esperanza es espejismo.

Castas e ignominia

En Causeway permanecen, sumergidas en una enorme letrina hedionda y absolutamente insalubre, miles de personas. Niños, abuelos, padres y madres, desamparados. Negros, negros, negros, negros y negros. Los olvidados. Los abandonados. Los parias entre los parias en una sociedad supuestamente avanzada a la que hay que escupirle a la cara la verdad: en el primer mundo también hay castas. Hay ignominia.

"Están aquí hoy y, por lo que yo sé, seguirán aquí mañana. Por la tarde ha llegado a haber 20.000 y se han llevado a muchos, pero los que quedan van a tener que esperar", dice el reservista Johnson.

Este joven, que acaba de regresar de Corea, habla desde la carretera que sobrepasa el infame campamento, el mirador al horror. Johnson, nativo de Nueva Orleans, mira. Ve pero le cuesta creer. El es negro también, y no tiene ningún problema al identificar quiénes están siendo las verdaderas víctimas en esta crisis.

Son hombres como Anthony. Cuando se bajó del autobús que le trajo desde el centro de Nueva Orleans resumió lo que ha sido su última semana: "Sobrevivir como hiciera falta, como fuera necesario, caminar kilómetros y kilómetros, ir de un punto a otro sin saber cuándo va a acabar". El espera que sólo le queden "tres o cuatro días más". Y luego ni quiere ni puede pensar más allá. "Veremos qué nos depara la vida".

De momento, para muchos, trae un recorrido por un camino fantasma hacia un punto muerto. Es un recorrido que sale del epicentro de este terremoto humano, el centro de Nueva Orleans, y va llenado de espíritus y vidas vagabundas las vías de escape.

"Ruta de evacuación"

En Saint Charles, una calle cercana al centro, tres mujeres negras empujan un carrito cargado de provisiones. Siguen las señales azules que marcan la "ruta de evacuación".

Esperan encontrar uno de los vehículos que hacen rondas de rescate en esta zona ya transitable donde, aunque hay árboles caídos, pequeñas calles inundadas y edificios que son testimonio de los robos, las majestuosas construcciones de piedra residenciales han resistido casi inmutables el huracán. Casi dos horas más tarde se les ve. Todavía empujan el carrito, todavía caminan.

A su paso podrían encontrar ayuda en un pequeño hospital de cuyo interior sale un refrescante aire acondicionado. Su personal no está autorizado a hablar. Pero Patty, una enfermera, se salta las reglas. Lleva cinco días trabajando y atendiendo a gente en este centro que está funcionando como una estación de descanso, no permanente, en este camino hacia nuevas incógnitas. Hoy está "optimista y feliz" porque hace 24 horas, por fin, supo que su familia estaba bien. "Por fin he podido dormir", dice.

Frente a ella, en medio de una zona duramente azotada, un hotel con plazas. Es el Wilson, donde durante décadas los adictos han saciado su necesidad de cocaína y crack. Sus habituales habitantes siguen allí. Y Patty habla de sus vecinos con una mezcla de ironía y compasión."Todo lo demás está destrozado, pero el Wilson seguirá en pie. Y nunca le faltarán clientes".

Visita de Jesse Jackson

Vuelta al Causeway. Por la tarde allí ha llegado Jesse Jackson "como un ángel", según cuenta con ironía Georg, un periodista sueco que coincidió con la caravana del pastor. "Veníamos detrás de dos autobuses y una limusina por la I-10. De repente, el convoy paró, Jackson se bajó y se subió en un autobús. Entonces entró en Causeway", relata. También comparte parte de su entrevista con él: "Esto me recuerda a la época de la esclavitud, cuando la gente no podía escapar. Es más de lo que puedo aguantar", dice Jackson, que acusa a Bush de haber realizado una visita "meramente ceremonial". Horas después se marcha y, al menos a la vista de los refugiados, lo hace en autobús.

Con la noche ya cerrada, el tráfico ha perdido algo de intensidad. Pasan algunos pequeños camiones de los que llevan la carga a la vista protegida sólo por unas maderas a los lados. Ahora la carga son seres humanos, personas rescatadas por quienes no pueden esperar más a un autobús que no se sabe cuándo llegara ni si se marchará lleno.

A veces, a su paso, dejan atrás a quienes han decidido o se han enfrentado a la obligación de convertir sus pies en su salvación y los carritos de supermercado en las maletas más reveladoras de la miseria.

Caminan en la noche. Es imposible saber dónde, cuándo, se detendrán, qué etapas recorrerán. Su nueva vida la hacen al andar.