TAtllí estaban, sentados como tres dioses a la puerta del Olimpo, insultando a quienes pedían la entrada. Era la primera vez que lo veía y quedé impactada. No podía creer lo que estaba oyendo. Nunca había presenciado tal falta de respeto ni trato tan indigno. Quienes así eran vapuleados a través de la televisión eran jóvenes que tenían la ilusión de ser cantantes en un casting de operación triunfo. A una aspirante la llamaron hortera, a otra le dijeron que su físico no era atractivo, a una más la echaron del plató porque osó expresar su esperanza en otros lugares y otras pruebas en caso de no conseguir pasar aquella, y a un chico no recuerdo ya qué improperio le lanzaron pero sí que le ordenaron coger su guitarra y marcharse. No cantaba bien y los prepotentes cancerberos del paraíso mediático se lo tomaron como un agravio hacia sus excelsas personas. Allí seguían, como dioses crueles, burlones, riéndose de chicos asustados y nerviosos. Todo medido, estudiado para enganchar a los espectadores, en un terrible camino para ganar la batalla de la audiencia. Supongo que lo vio mucha gente y supongo también que la mayoría asistiría encantada al espectáculo. Este tipo de programas lo ve una población muy joven, casi adolescente, a quienes se transmite la idea de que la descalificación, el insulto y la humillación es algo normal, necesario en las relaciones donde el poder anda por medio. Uno arriba que insulta y otro abajo que se somete en actitud modesta y temerosa. Mucho se ha luchado en contra de estas situaciones de abuso, incluso en el mundo del trabajo se le llama mobbing , para que ahora, por ganar audiencia alimentando la crueldad de los espectadores, se eduque a los más jóvenes en la idea de que para alcanzar lo que se desea no importa aceptar la humillación y el insulto. Un camino muy peligroso al que se debe poner freno.