El tsunami del coronavirus ha impactado en todo el sistema sociosanitario llevándose a la cama con fiebre a miles de enfermeros y médicos, ha puesto al borde del caos las urgencias, ha colapsado los servicios funerarios... Pero la inmensa ola ha arrasado sobre todo la parte más frágil del entorno: las residencias de ancianos, la que ya era pata débil del sistema antes de que las mareas de la sanidad pública y la dependencia salieran a la calle contra los recortes. Es un sector amplio, muy extendido geográficamente, a veces con grandes grupos empresariales detrás, pero precario en medios y personal. Es posible que la pandemia haya dejado un sello indeleble en sus gestores: el miedo a un rebrote, ya que les vuelvan a faltar medios para evitar el contagio en sus pabellones.

En Madrid, mientras la curva de contagios desciende, las uci respiran y las autoridades se plantean desmontar ya el hospital temporal de Ifema, ya hay un grupo de expertos pensando en una reforma integral del sistema madrileño de centros de mayores. «Desconocíamos mucho de cómo funcionaba este sector. Y lo que vamos sabiendo lo hacemos con preocupación», reflexiona Carlos Mur, médico psiquiatra y exgerente del Hospital Universitario de Fuenlabrada, hoy director general de Coordinación Sociosanitaria, el departamento que ha tomado el mando de las residencias en la crisis.

Este grupo trabaja bajo el sello de la Red de Geriatras Referentes, que se constituyó el 13 de marzo para organizarse contra la pandemia. Una iniciativa que «ha nacido para quedarse», explica Mur. Ahora elabora reflexiones cara al futuro, para que no vuelva a pasar lo que ahora. La encabezan el doctor José Antonio Serra Rexach, jefe de geriatría del Gregorio Marañón. La reforma se diseña sobre tres patas: medicalizar, inspeccionar y modernizar. Y un objetivo: «Si logramos que, según su tamaño, cada residencia tenga ocho o diez camas medicalizadas, con oxígeno, en el futuro podremos parar nuevos golpes». Eso implica, claro, más personal de enfermería.