"Pensé que habíamos chocado con una ballena". El Explorer atravesaba un sector de masas de hielo cerca de las Shetland del Sur, a 96 kilómetros de la península Antártica. Llevaba 154 personas a bordo, la madrugada del viernes, cuando su capitán, el sueco Bengt Wiman, percibió un golpe fuera de lo común. Tuvo suerte: ha sobrevivido al naufragio para contarlo. La misma suerte de la tripulación y los pasajeros, que pagaron unos 8.500 euros por recorrer los recónditos mares australes con la promesa de una aventura fascinante.

En realidad, lo que encontró el Explorer en su travesía fue un iceberg. Wiman descartó de inmediato la hipótesis cetácea en cuanto echó un vistazo al casco. "Era un agujero un poco más grande que un puño", explica.

Suficiente para inquietarse. El capitán ordenó a los pasajeros levantarse. La tripulación comenzó a sacar con bombas el agua que entraba. Se cortó la luz. La nave pudo salir del área de los témpanos pero empezó a ladearse. Fue entonces cuando Wiman dispuso el abandono del barco. Fue el último en hacerlo.

Los primeros 78 náufragos eran esperados ayer en Punta Arenas, la ciudad más austral de Chile. Un avión Hércules C130 fue a buscarlos. Lo hizo después de que mejoraran las condiciones meteorológicas que hacían imposible el puente aéreo.

Según las autoridades chilenas, las tareas de evacuación concluirán hoy si las condiciones climáticas lo permiten. En Punta Arenas, los pasajeros y tripulantes rescatados serán sometidos a exámenes médicos. Algunos han sufrido hipotermia.

Entre la orden de evacuación y el momento en que, finalmente, subieron al barco noruego Nordnorge, los 154 náufragos --en su mayoría británicos, holandeses y norteamericanos-- experimentaron una odisea que se prolongó cuatro horas. Viajaron ateridos por un mar helado, con una temperatura de un grado y vientos que soplaban del sudoeste a 18 kilómetros por hora.