Las vidas paralelas de Carlos de Inglaterra, de 57 años, y Camilla Parker-Bowles, de 58, quedaron ayer selladas legalmente, tras más de tres décadas de amor furtivo. El príncipe de Gales convirtió a la eterna amante en su segunda esposa, 24 años después del primer y desgraciado matrimonio de conveniencia con Diana Spencer. Ayer no hubo, como en aquella ocasión, millones de ciudadanos en las calles.

La boda civil de un heredero de la familia real británica, algo sin precedentes, se presentó a los ojos del mundo como un acontecimiento religioso, al recoger exclusivamente las cámaras el ceremonial de himnos, salmos, bendiciones y juramentos solemnes de los recién casados en la capilla de San Jorge.

La que fue una boda en dos actos comenzó con sol reluciente, frío intenso y las aceras desiertas. Poco a poco, la atmósfera se fue caldeando y cuando se abrió el telón varios miles de personas se agolpaban frente a la alcaldía, con ganas de pasarlo bien.

OVACION PARA GUILLERMO La primera aparición en escena fue la de un autobús blanco de la compañía local Windsorian, en el que viajaba la familia de la novia. Apoyado en un bastón, bajó el mayor Bruce Shand, padre de Camilla, y los dos hijos de ésta, Tom y Laura Parker-Bowles. Cinco minutos más tarde, en un autobús similar, llegaban los parientes del novio. En ese instante sonó el mayor aplauso de la jornada, cuando el príncipe Guillermo saludó agitando la mano, con una sonrisa y un savoir faire heredado de su madre. Su hermano Enrique, muy sobrio a esa hora, le seguía bastante más taciturno. Los novios rompieron el protocolo nupcial viajando juntos desde el Castillo de Windsor, en un Rolls Royce Phanton VI del que descendieron rápidamente al llegar la casa consistorial.

Montada en unos zapatos de tacón de 5 centímetros, Camilla lucía un conjunto de abrigo y traje de seda por debajo de la rodilla, en color perla y una espectacular pamela. Carlos renunció al uniforme militar y eligió un chaqué gris clásico. La funcionaria Claire William, también con pamela, divorciada y madre de tres hijos, llevó a cabo la ceremonia civil que apenas duró 20 minutos y solo presenciaron, en el salón Ascot, 28 familiares y amigos íntimos de la pareja.

La reina Isabel II y el duque de Edimburgo, se habían quedado en el castillo y no hicieron su aparición hasta el inicio del segundo acto, cuando la puesta en escena se trasladó a la augusta y deslumbrante capilla de San Jorge. Entonces, su alteza real la duquesa de Cornualles, ennoblecida de golpe con el título y con un vestido largo, de corte medieval gris perla, avanzó del brazo de su flamante esposo por el atrio central, sosteniendo en las manos un ramo de flores.

POCAS CASAS REALES La esperada oración de arrepentimiento por los pecados cometidos perdió el morbo, porque fue recitada a coro por los 800 invitados. Haakon y Mette Marit, los herederos noruegos, y el príncipe Constantino de Grecia eran algunos de los escasos representantes de las casas reales presentes.

A requerimiento del Arzobispo de Canterbury, Camilla, algo nerviosa, y Carlos, apenas audible, prometieron guardarse fidelidad y recibieron finalmente la bendición del jefe de la Iglesia Anglicana. Sonó entonces el Dios salve a la Reina , los presentes se pusieron en pie y por primera vez las cámaras enfocaron el rostro grave de Isabel II.