“Yo creo que la vida, si no es dignamente, no merece la pena ser vivida. Deberíamos ser capaces de elegir el momento de poner fin a nuestra vida” si solo “nos aguarda la decadencia y el deterioro” antes de iniciar “el descenso a la decrepitud y a la lástima”. Son palabras de los protagonistas de ‘Crisálida’ (Reservoir Books), perturbadora, conmovedora e íntima nueva obra de Carlos Giménez (Madrid, 1941), que este indiscutible maestro del cómic suscribe plenamente. Y, a sus 75 años, reflexiona sobre la soledad, la muerte, la vejez y el mundo que le rodea.

Es autor de crónicas de referencia (todas reeditadas en integrales en Debolsillo) que recuperan la memoria histórica de todo un país, amén de la autobiográfica, como 'Los profesionales’ (las interioridades de los dibujantes que, como él, se forjaron en los 60 en la agencia Selecciones Ilustradas de Josep Toutain), ‘Barrio’ (su adolescencia en el Madrid de los 50), ’36-39. Malos tiempos’ (crónica de la guerra civil desde la mirada del que sufre) o ‘Paracuellos’ (su infancia en los rígidos hospicios del Auxilio Social franquista, premiada en Angulema y de la que en noviembre celebrará los 40 años con una séptima entrega).

Ahora, tras las recientes ‘Pepe’ (serie homenaje a la genialidad de su colega Pepe González, el mejor dibujante de Vampirella) y ‘La peste escarlata’ (versión ‘indignada’ de un relato de Jack London) -ambas en Panini-, ha creado un juego de espejos entre uno de sus álter egos, Tío Pablo, y el álter ego de este, Raúl, quien afirma: “Empezamos a morirnos el día en que empezamos a pensar seriamente en la muerte”. Ese día, aclara, empieza a formarse a nuestro alrededor “la crisálida”, una cáscara que crece, se endurece y nos aprisiona. El personaje tiene “sus amigos, su trabajo y sus afectos” y solo quiere que le dejen en paz: “Soy consciente de que me quedan pocos años de vida. Mi tiempo lo necesito para trabajar. Hay muchas historietas que todavía me gustaría escribir y dibujar”. Sin embargo, al otro lado del espejo, Giménez, todo amabilidad, saca tiempo para responder unas preguntas.

A través de su álter ego, Tío Pablo, y el álter ego de este, Raúl, con los que crea un juego de espejos, ¿estamos viendo los miedos y angustias, y las rebeldías, de Carlos Giménez? ¿No le da cierto pudor desnudar su alma así?

Con bastante frecuencia me han tildado, quizá con razón, de impúdico. Cuando contaba las desventuras de los niños de los colegios internos de Auxilio Social [en ‘Paracuellos’], había personas que se asombraban de que yo no me ruborizase al reconocer que había estado interno en una institución de caridad del Estado. “Eso la gente no tiene por qué saberlo”. Al contrario, yo pienso que esas son precisamente las cosas que la gente debe saber, las cosas que realmente merecen la pena ser contadas. Por “hogares” internos similares a los que he conocido yo, han pasado muchos miles de niños. Es sano y saludable hablar de ello, que se sepa. De igual manera sucede con las cosas de las que hablo en ‘Crisálida’. No deberían considerarse solamente como cosas mías personales. Son, por el contrario -imagino que no en todos los casos-, lo que piensan y sienten, lo que temen -aunque casi nadie lo diga- la gran mayoría de las personas de mi edad cuando se van acercando al momento del final de la función de sus vidas. No está mal hablar de ello.

Como Raúl, ¿siente más miedo a la soledad que a la muerte?

Yo no tengo miedo a la soledad, me gusta vivir solo. Pero he conocido la soledad profunda y puedo hablar de ella con propiedad. Y tampoco tengo miedo a la muerte. De todas formas para comprobar la veracidad de este segundo aserto habrá que esperar a que llegue el momento en que empiece a bajar el telón y deba enfrentarme en carne viva a la cruda verdad. Igual resulta que luego no es todo como yo digo ahora y no soy tan indiferente.

¿Le duele tanto el mundo en que vivimos, donde, dice, todos mienten? No deja títere con cabeza -empresarios, curas, políticos, los medios, los bancos, la ONU, el rey..., y defiende a "la gente sencilla, los que sufren, lloran, pasan hambre o mueren". ¿Son la rebeldía, la protesta y el compromiso hoy más necesarios que nunca?

Sí, me duele profundamente el mundo en que vivimos. Sí, hay que protestar. Y me duele especialmente la gente que no protesta. Me duelen los corruptos y los que roban y estafan, pero me duele aun más la gente mansa. Poner la otra mejilla es falta de dignidad.

Carga también contra quienes matan en nombre de la religión y se indigna hablando de 'Charlie Hebdo'. ¿Qué sintió aquel día?

Es la segunda vez que una revista o editorial con la que yo colaboro sufre un atentado sangriento. Primero fue ‘El Papus’, la revista de humor que los de Cristo Rey reventaron con una bomba. Y esta segunda vez ha sido 'Charlie Hebdo', la revista de humor que los yihadistas de Alá sembraron de cadáveres. ¿Qué tienen en común estos dos grupos de asesinos? Que no soportan el humor y que tienen un dios en nombre del cual matar. No me gustan las religiones. Ninguna. Han causado más sangre a lo largo de la historia las religiones -y siguen causándola- que todas las epidemias y las catástrofes juntas. El mundo estaría mejor sin religiones.

Sigue al pie del cañón. ¿"Hacer tebeos" le mantiene vivo en todos los sentidos?

A estas alturas de mi vida, todo lo que podía hacer ya lo he hecho y todo lo que no he hecho ya no lo puedo hacer. Ahora estoy en la fase de “No puedo hacer lo que quiero pero puedo no hacer lo que no quiero”. Y eso es lo que procuro y lo que intento: No hacer nada de lo que no quiero hacer. Es verdad que cada vez me interesan menos cosas, pero también lo es que, lo que me interesa, cada vez me interesa más. Y una de las cosas que más me interesa es seguir escribiendo y dibujando mis tebeos.

SEIS TÍTULOS IMPRESCINDIBLES

‘DANI FUTURO’

Con guion de otro de los grandes, Víctor Mora, Giménez dibujó esta, su primera y rompedora gran serie, entre 1969 y 1976. Una aventura de ciencia ficción (género que también cultivó en ‘Delta 99’, ‘Hom’ o ‘Érase una vez en el futuro’) con elementos sociales, ecológicos y crítica social. Ha sido recuperada en el 2013 por Panini en un integral.

‘PARACUELLOS’.

“¿No tienes otra cosa?", le dijo Josep Toutain, el todopoderoso editor de la agencia Selecciones Ilustradas, cuando en su día le presentó aquellas primeras páginas con dibujos de niños cabezones de grandes ojos y orejas de soplillo, en los que Giménez reflejó, a través de su propia infancia en un hospicio franquista del Auxilio Social, las miserias de la época. Hoy es uno de sus grandes éxitos, ganador del Premio Patrimonio del prestigioso festival de cómic de Angulema 2010.

‘BARRIO’.

Continuando la línea autobiográfica y de memoria histórica de ‘Paracuellos’, acercando al lector a las vidas de la gente de a pie, el dibujante relata su infancia y adolescencia como hijo de familia humilde en el Madrid de los años 50, su regreso a casa del hospicio, en el barrio de Lavapiés, con su padre ya fallecido y su madre muy enferma de tuberculosis, sus inicios como aprendiz en un taller de artesanía.

‘LOS PROFESIONALES’.

Giménez dejó Madrid y se instaló en la moderna Barcelona de los 60 para integrarse en el seno de la movida tebeística del país. Empezó a trabajar para Toutain en Selecciones Ilustradas con dibujantes tan míticos como él: Josep Maria Beà, Adolfo Usero (con quien había compartido hospicio) o Pepe González. Rebuscando en su propia memoria y en las de sus antiguos colegas, refleja interioridades y anécdotas cual fresco de la era dorada del tebeo.

’36-39. MALOS TIEMPOS’.

Las bombas, el hambre, el miedo, el frío, la miseria… toda una crónica de la guerra civil desde la mirada de quienes la sufrieron en carne propia, basada en testimonios cercanos y alejada de los grandes nombres y las grandes batallas. Una serie que no evita los atropellos cometidos en ambos bandos pero que recuerda que uno solo de ellos fue el que empezó la guerra.

‘PEPE’.

Sentido homenaje a su amigo y antiguo colega en Selecciones Ilustradas Pepe González, «posiblemente el artista que dibujó las mujeres más bellas» y el mejor dibujante que nunca tuvo Vampirella. Cinco volúmenes que narran la malograda vida de un artista con una genialidad fuera de lo común y un “talento ilimitado”, marcado por su falta de ambiciones y su proverbial pereza.