TVtoy a coger el coche y en el parabrisas hay un folleto que anuncia un edificio estupendo con piscina y zonas verdes. Llego al portal y en el buzón hay una revista repleta de ofertas de pisos y casas. Abro el periódico y salta un tríptico coloreado tentándome con pisos fabulosos. Así es la vida en las ciudades: una lucha diaria para seguir alimentando un sueño doméstico: ¿Cómo sería mi vida en esa casa en venta? Leemos las ofertas inmobiliarias como Alicia se sumergía en el país de los sueños y en cada piso en venta entrevemos una posibilidad de cambiar de vida, de ser, por fin, felices. Seguimos creyendo que la felicidad está en el envoltorio: otro trabajo, otro piso, otro coche...

He vivido en 19 casas. Unas estaban en el extrarradio y otras en la plaza principal, unas tenían vistas al mar, otras a la montaña y muchas ni tan siquiera tenían vistas. Pero ni la casa ni las vistas influían en mi estado de ánimo. Mi medida para calibrar la bondad de mis 19 pisos es la lectura: las casas en las que me he encontrado a gusto fueron aquellas en las que más libros leí. Uno lee cuando está en paz, cuando la casa y la vida le sosiegan, cuando la lucidez se le aparece porque está bien. He vivido en un piso que parecía el puente de mando de un trasatlántico: estaba tan encima de la playa que sólo se veía el mar. Las visitas se asombraban de tanta belleza, pero yo no leía nada. Ahora vivo en un pisito pequeño y periférico, un pisito sin vistas, pero nunca he leído tanto como aquí y no pienso moverme, no vaya a ser verdad que quien cambia de piso, cambia de vida.