En realidad Castuo, sin tilde. Quisiera creer que la gracieta tenga más de libertad poética que de olvido. Por otro lado, es evidente que la clientela, a la hora de comer, no anda enredada en hiatos y vocales tónicas. Aquí rompen los diptongos de manera harto gastronómica: comiéndose las tildes, lo que no deja de ser el más ligero de cuantos aperitivos me han servido en bar, bareto, taberna, casa de comidas o mesón alguno. No obstante, que en la carta el tinto Valbuena apareciera como ‘Valvuena’, tal cual, me descerrajó los ojos. Y es la segunda vez que tal me pasa en Extremadura. Visto lo ‘bisto’, todo parecía discurrir sin mayor ofensa para Cervantes cuando, como un sartenazo inhóspito, la tortilla vaga de la carta se transformó en tortilla ‘baga’ en la minuta. Y ya.

Porque dicho lo dicho, se me acaban los defectos apreciados o, al menos, apreciables en este nuevo restaurante. Castuo, sin tilde, es de lo mejor. De lo mejor que se ha abierto en los últimos años y, ¿para qué andar con medias tintas?, de lo mejor de Extremadura ya hoy. Según me cuentan, el neonato no tiene más de un mes de vida y, aunque un restaurante es una tarea esforzada de años, si perseveran, si mantienen el pulso de todas las virtudes que les adornan, están llamados a ocupar un sitio en el Olimpo extremeño del buen comer.

Como de bien nacido es ser agradecido, diré que el soplo vino de mi amigo Juanma Cáceres, un santamartense afincado en Almendralejo, que es como tener, al tiempo, dos doctorados en uno de buena gente. Soplos recibo muchos, pero, que me perdonen mis buenos soplantes, la mayoría dan más frío que calor. En este caso la sorpresa fue agradabilísima. Por el entorno, en pleno centro de Almendralejo, en una calle de privilegio, frente a unos jardines y no muy lejos del parque de la Piedad (imagínense los habanos que podríamos fumarnos allí). Por la decoración, tan moderna como elegante (o sea, sin manteles). Por los detalles. Por el servicio (se nota que, pese a su juventud, los camareros, camareras en este caso, tienen la formación y el saber estar que tanto echamos de menos). Por la barrita de la entrada para que no falte de nada y por la cocina abierta para que se vea lo que se tiene que ver. Por la carta de vinos, completa, aunque algo floja en el servicio por copas.

Por la carta, interesante, variada (quizá algo justa en pescados frescos), y divertida. Y, sobre todo, y por encima de todo, por lo que se sirve en el plato. Imaginación, delicadeza y soltura. Por todo lo anterior y por todo lo que intuyo, enhorabuena. Apenas un mes después de su inauguración, Castúo, con o sin tilde, lo mismo da, es ya referente obligado para la cocina almendralejense. Ojalá se consolide.

Acompañé los platos de un Puerta Palma Brut por hacer un guiño a las bodegas locales. Tras un aperitivo de no sé qué pero que estaba bueno (les dejo la foto en internet por si algún avispado lector es capaz de barruntar de qué es la molienda) y tres ostras francesas de capricho, vino una tortilla vaga, ya saben, una tortilla sin vuelta, de papada ibérica, estremecedora por bella y por sabrosa. Hubiera hecho las delicias de Claude Monet, de hecho parecía sacada de sus pinceles. Me dejó sin aliento. Luego unas mollejas de ternera glaseadas bien resueltas. Y, de postre, una mousse de chocolate con pan, aceite y sal, que me devolvieron a mi infancia, que me supieron a gloria y que me dejaron magnífica impresión final. Y luego el precio, a mi juicio, por debajo de la calidad e importancia de lo servido.

Con o sin tilde, un trallazo.

Las imágenes del restaurante Castúo de Almendralejo