A pesar del descrédito y la sangría económica que, en los últimos años, han zarandeado a la Iglesia católica de EEUU a raíz de la proliferación de denuncias de abusos sexuales perpetrados por sacerdotes, y el encubrimiento de esos comportamientos por parte de sus superiores, el catolicismo estadounidense saca pecho. La Iglesia que mañana recibirá a Benedicto XVI en su octavo viaje al extranjero tiene de su lado a unos 70 millones de estadounidenses, uno de cada cuatro habitantes del país --muchos más si se contabilizasen a los inmigrantes indocumentados-- y goza de una energía sin parangón en Europa.

El Papa circunscribirá su visita de seis días, de martes a domingo, a Washington y Nueva York, pero la cuarta potencia católica del mundo, tras Brasil, México y Filipinas, muestra en los estados del sur, como es el caso de Tejas, un esplendor creciente gracias a los hispanos. En diócesis como la de Galveston-Houston, donde gobierna el cardenal Daniel Nicholas DiNardo, el catolicismo gana popularidad a diario.

DiNardo, que fue investido como purpurado en noviembre, llevó a Roma a una legión de incondicionales que estalló en gritos de alegría y aplaudió a rabiar cuando su nombre salió de la boca del Papa durante una audiencia concedida a los 23 cardenales nombrados entonces. Nada que ver con el comportamiento que mantiene la tiesa feligresía europea.

El Vaticano corresponde a la fuerza del catolicismo norteamericano otorgándole un peso desproporcionado en el colegio cardenalicio, donde EEUU dispone de 13 cardenales con voto (España, 6) en caso de convocar cónclave.