A buen seguro que conocen a alguien a quien la precariedad y el mileurismo le obligan a vivir con agobios y a dejarse la mitad de sus ingresos en pagar el piso en el que viven. Es una situación que no surge de la nada y que debiera servir de llamada de atención a los que, con ligereza, dicen que pasan de la política, como si ésta no tuviera nada que ver con los problemas que sufren día a día. Pasar de la cosa pública se debe a una disfunción que impide relacionar las causas y los efectos de las cosas. Sólo así se explica que haya quien cree que sus dificultades económicas no tienen nada que ver con que un concejal se salga del pleno para que sus parcelas se recalifiquen y multipliquen por diez su valor, ni con que el mismo día que se amplía la edificabilidad de los terrenos de la mujer de un alcalde se vendan, ni con que el piso de la persona responsable de Urbanismo sea mucho más barato que otro igual en el mismo bloque. Sabemos que la especulación inmobiliaria está creando, de la noche a la mañana, enriquecimientos que a buen seguro son incluso legales, pero que son la causa indirecta de que haya jóvenes firmando hipotecas de cuarenta años. No hay que ser muy listo para darse cuenta de que lo que se está pagando por un bien básico como la vivienda es desmesurado con respecto al coste real y conviene saber que los esfuerzos económicos de las clases trabajadoras están engordando de forma descomunal algunos bolsillos. No estaría de más despertar y reflexionar sobre quiénes se están enriqueciendo a causa de nuestras estrecheces a fin de mes porque, lo queramos o no, es la política la que no pasa de nosotros.