TAtpuesto sin riesgo a equivocarme que muchos de ustedes se irán hoy de comida o de cena con sus colegas de trabajo si sus bolsillos o la caja de la empresa lo permiten. Aprendí hace tiempo que la sana costumbre de sentarse a la mesa con amigos, familiares o compañeros de trabajo e, incluso, con invitados que no conoces, es uno de los mejores ejercicios para medir nuestra capacidad de relacionarnos y, cómo no, de comunicar y compartir lo que pensamos. Aunque los tiempos no estén para excesivas alegrías, la oportunidad que se nos brinda hoy --yo me iré a tomar un solomillo esta noche con los de este periódico-- supone una manera diferente de ver la vida y de disfrutar, en definitiva, de un rato de conversación y risas alrededor de unas buenas viandas. Mi suegro, que fue de esos hosteleros que hicieron del restaurante más que su casa, siempre me decía que lo importante de la comida eran el producto y la compañía. Esa sabiduría que transmitía a los clientes empezaba por que se sintieran como en su comedor, pero agasajados y sin fregar un plato. Por eso les invito a que hoy se sienten a comer o cenar, disfruten de todo lo que les sirvan pero, sobre todo, piensen que lo más importante es poder estar en la mesa, rodeado de personas con las que compartir algo más que el trabajo diario. La Navidad siempre recupera costumbres que seguir valorando porque permiten darse cuenta del privilegio de elegir menú y comensales. Afortunadamente, poder hacerlo otra vez hoy se convierte en un lujo. Cuando llegue la hora de los brindis, piensen que lo bueno está por llegar. Que la única manera de afrontar el futuro es hacerlo con una mirada positiva. Que les aproveche.