Mucho estaba durando el cero en este mundo que empieza siempre la casa por el tejado. Pobre. Tan gordito. Tan políticamente incorrecto con su obesidad redonda. Dónde va a parar al lado de ese uno tan esbelto.

Eliminemos el cero. De todos es sabido que al eliminar la marca del suspenso, eliminaremos también la causa de este. Ya no habrá más roscos, cerapios, oes de boca abierta que consigan lo mismo de los padres. Ahora los boletines estarán llenos de unos airosos como soldaditos haciendo la instrucción.

Un palote a cambio de no saber hacer la o con un canuto (cero al fin y al cabo). Un uno a cambio de nada. El único problema es qué pasará cuando el uno, se convierta también en la marca del proscrito. Nada, nada, sin problemas, los boletines se llenarán de doses, y luego de treses, y hasta de dieces, que no son más que unos y ceros en comandita. Alteremos los valores de los números pero no los corazones de los alumnos.

Como siempre, estas cabecitas pensantes del sistema educativo, que no han dado una clase desde que se jubiló Platón en la Academia, creen que el nombre es la cosa nombrada. Y que primero va el efecto y luego la causa. Dejémonos de enredar tanto y a ver si se dedican a pensar por qué hay tantos unos o ceros, como quiera que vayan a llamarse ahora. Por qué un alumno no abre nunca el libro, por qué prefiere estar hasta los dieciséis mirando por la ventana. Mientras no solucionen esto, qué más da lo que pongamos. Lo otro no es más que dar vueltas de burro en la noria, vueltas redondas e inútiles, como el tiempo de los griegos, circular, cerrado y antiguo. Como el cero. Patatero. Y a mucha honra.