Durante esta entrevista, a Cesc Gay le robaron el teléfono móvil. Lo dejó encima de la mesa del bar y cuando se dio cuenta, había desaparecido. Cesc maldeció el infortunio. Lógico. Mal momento el actual para estar incomunicado. Su tercera película, En la ciudad , ha transmitido buenas señales y su teléfono suena últimamente con la melodía de las noticias amables. Como la candidatura al mejor director en los premios Goya. Y los compromisos previos que conlleva.

Su carrera parece haberse situado en la banda ancha del cine español. Todo un mérito para alguien que concibió su primera obra, Hotel room (1998), como una tarjeta de presentación y poco más.

"Era --cuenta Cesc Gay-- la época de ´Clerks y ´El mariachi´, en que corría la idea de que podías hacer una película por cuatro duros y triunfar. ¡Y te lo creías!". Hotel room salió adelante, aunque la vio poca gente. Luego vino Krampack (2000), una obra teatral que descosió y volvió a zurcir a su gusto cinematográfico.

En la ciudad es, de momento, el último capítulo de un trabajo creativo cuyo embrión es siempre una amalgama de anotaciones caóticas en cuadernos, papelitos y post-it. "Cuando me preguntan cuánto tardo en escribir un guión, digo que unos siete meses. Pero durante seis y medio lo único que hago es hablar con Tomás Aragay --su coguionista-- y anotar un montón de ideas en fichas sueltas. Sólo me pongo ante el ordenador cuando sé lo que voy a escribir".

Gusto por la escritura

No se cierra a la posibilidad de rodar historias ajenas. Pero lo propio prima. "Me gusta escribir. Además, el cine conlleva un proceso que si lo inicias tú lo hace más guapo. Ahora estoy con otro guión y siento una libertad brutal de decir: Voy por aquí, voy por allá´".

Son guiones que no sigue al pie de la letra en el rodaje. "Soy un caos total. Cambio mucho los diálogos. A los actores les molesta porque su seguridad es el texto. Antes se decía que si un actor era capaz de memorizar su papel, ya valía. Ahora se les pide más cosas".

Con Krampack le sucedió algo que califica de "extraño" con el personaje de Vilches. "Hice un ´casting´ y cogí a otro chaval. Pero 10 días antes de empezar a rodar tuve la premonición de que eso iba a ser un fracaso absoluto. Había visto a Vilches en la prueba y me fascinó. Y acabé apostando por él".

En el rodaje se arropa de gente afín. Y se fía mucho de los técnicos. "En el fondo, los directores somos unos idiotas porque rodamos una película cada ciertos años, mientras que los técnicos ruedan una detrás de otra y saben un huevo de esto. Y les saco cosas. Les pregunto: Qué, ¿te gusta esa actriz?´ Y ellos: Pues no mucho´. No sé, son como detectores".

A la sala de montaje dice llegar descansado tras concederse una semanita de reposo. "Ahí, en la edición, es donde debes empezar a asumir lo que has hecho. No hay vuelta atrás y es uno de los momentos más chungos".

Recuerda, en este sentido, una situación espinosa generada en el montaje de En la ciudad . "Había un plano de Leonor Watling y Eduard Fernández en la cama del que hice 12 tomas. De ellas, 7 eran buenas, pero me gustaba sólo una. Bueno, pues esa tenía una raya que cruzaba la cara de Leo. Arreglar esa raya valía un ´kilo´. Y se lo planteé al productor, que lo acabó solucionando.".

Cesc reniega de la búsqueda de un estilo propio como idea rectora. "No puedes trabajar con esa pretensión. Es pedante. Puedes engañar a alguien, incluso a algún crítico, pero posiblemente la gente acabe aburriéndose contigo. Lo importante es ser digno y tener oficio". Y no perder de vista el móvil.

Mañana : Isabel Coixet