Cáceres en estado de alarma. Bares cerrados, negocios con persianas bajadas, solo hay vida detrás de los cristales de las viviendas de esta ciudad fantasma; hasta Leoncia, la estatua que homenajea a la última vocera de El Periódico Extremadura en la plaza de San Juan, está atrapada por dos vallas de la policía local. Intocable ante el contagio.

Nada es lo que fue en esta coqueta capital de provincia que durante la mañana está sitiada por las fuerzas y cuerpos de Seguridad del Estado. La Unidad Militar de Emergencias (UME) ha desembarcado y ocupa puntos estratégicos. Desde ayer llevan a cabo labores de desinfección, que se suman a las que está realizando la empresa concesionaria del servicio de limpieza en la ciudad, Conyser, y alrededor de un centenar de voluntarios de Red Cor, la organización que se ha creado de manera altruista a propósito de la imparable pandemia.

Salaya ha explicado que se han hecho una serie de recomendaciones al mando de la UME sobre las zonas a actuar en la ciudad. «Hemos hablado con ellos sobre los lugares en los que entendíamos que debían actuar, y hemos incorporado muy poco ya que consideramos que su criterio es lo más razonable. Ya conocían los que se estaban trataban desde el ayuntamiento, y nos hemos coordinado para no duplicar trabajo», aclara el regidor.

Hay 47 militares y 11 vehículos que ayudan a la desinfección masiva; disponen de unos medios superiores a los que tiene el consistorio. «Avanzan a un ritmo tan vertiginoso, lo que nosotros tardaríamos días ellos lo hacen en horas».

Ejército de paz

Este ejército de la paz no ha venido a pegar tiros sino a protegernos. Hasta el alcalde ha tenido que salir a desmentir que se estén utilizando productos que pueden ser tóxicos para las mascotas.

Nada sobra en este universo de la limpieza. Por eso Conyser ha desplegado a su equipo, con un jefe de servicio, dos capataces, seis conductores, y diecisiete peones; a bordo de tres camiones cisterna de baldeo, tres baldeadoras, dos fregadoras, dos equipos de agua a presión, cinco fumigadoras, dos camiones para nebulización y cuatro vehículos auxiliares, además de todos los materiales y útiles necesarios para el trabajo manual.

«Seguramente seamos una de las ciudades de nuestro tamaño que más y mejores medios está destinando a la desinfección de las calles», destaca el regidor municipal desde el salón de plenos con vistas a una plaza Mayor en la que el Ejército no para de limpiar.

En la calle Hernando de Soto lucen las pinturas con las que los vecinos decoraron hace unos meses sus fachadas. Se ve a dos militares. «Venimos de Morón, del segundo batallón de la compañía de Ingenieros», explican amablemente. Patrullan a pie, sin mascarillas, con tranquilidad y sujetando en sus manos un mapa de Cáceres. «Asesoramos a la gente, respondemos a sus preguntas», cuentan. «Yo tengo 40 años, he participado en misiones complicadas, sobre todo relacionadas con incendios o inundaciones, pero nada es comparable a esto», confiesa uno de ellos.

Ya en San Antón, otros cuatro miembros de la misma compañía hablan con una monja que cubre sus manos con unos guantes de látex. «Vengo de la caja, no podía esperar más y tenía que solucionar un papeleo», apunta la religiosa. Los militares la dejan seguir su camino. «Está bien, pero vuelva pronto a casa», le aconsejan.

«Dormimos en el Cefot. No sabemos el tiempo que estaremos por aquí, eso es cosa de los de arriba», aseguran. Los soldados lo llenan todo: los parques, Aldea Moret, la estación de autobuses, la estación de Renfe, residencias de ancianos. Nada escapa a sus fregonas poderosas a modo de camiones con grandes cisternas que dejan como una patena cuanto encuentran a su paso. También entran en los dos hospitales. Fumigan. La gente les aplaude porque saben cuan necesaria es esta labor.

La Brigada Extremadura XI está igualmente desplegada en Cáceres. «Estamos apoyando a la UME en caso de que fuera necesaria nuestra intervención. Notamos que aquí la gente está respondiendo. Chapeau por Cáceres», asevera uno de los soldados.

En Cánovas, la unidad con todos sus miembros portando sus trajes protectores, se dirige al Centro de Instrucción de Tropa mientras la quiosquera junto el edificio del antiguo Requeté anuncia que cierra su negocio. «Vendemos en una mañana apenas cuatro o cinco periódicos. No puedo continuar así. Tengo a mis hijos en casa y no quieren que siga en la calle. Cuando pase todo esto reabriré. Ustedes, los periodistas, sigan informando. Ustedes, los periodistas, también son unos héroes». Cierra la puerta. Cáceres suspira.