Nunca logré entender bien qué significaba aquello de ser la oveja negra. ¿Seré yo una? Lo cierto es que cualquiera huye de serlo porque el acervo popular entiende que la rareza es algo perverso. Mejor todas blancas. Como si la divergencia fuera no menos que una maldición. Menos mal que para poner cordura ya están los pastores. En el campo la diferencia se convierte en amuleto. Ellos las guardaban como talismán en su rebaño. Ni las marcaban ni les cortaban el rabo como al resto. Tenían la certeza de que un cordero oscuro ahuyentaba al mal y a las tormentas. Curioso.

Precisamente de diferencias puede hablar Charlotte Houman (Dinamarca, 1963). Es oveja negra entre ovejas negras. Ahora también entre blancas. El color poco le importa, para ella los animales son sagrados. Del país del diseño y con una madre creativa de moda, era difícil que no heredara una pizca de talento. Nació en Dinamarca, en un pueblo que hay que deletrear. En danés se pronuncia más la te. Con los años abandonó el bullicio de la ciudad y ahora vive en Cuacos de Yuste, rodeada de la naturaleza y de la lana de las ovejas merinas de Miguel Cabello, un pastor de la dehesa extremeña.

Su nombre es muy típico. En los sesenta se puso de moda y no había grupo sin una Charlotte. Creció en Herlev, en una comuna, rodeada de animales y vida. Cuando cumplió 16 decidió irse a la capital a estudiar. «Allí no es como aquí, a los 19 todos somos independientes». Buscó piso en Copenhague, cuna de creativos, y se formó en diseño textil. Hasta entonces no había mostrado el más mínimo interés por lo académico. «Me aburría estudiar». Inmediatamente recuerda con nostalgia que antes no se necesitaba ningún título para acceder a la formación superior. «Es una pena porque salían artistas». Reconoce que tuvo suerte de compartir aula una generación de creativos «brillantes». No tardó en vender sus diseños a una empresa. A los estudiantes de su escuela se los rifaban. «El diseño está muy bien valorado». Entonces no sabía que el amor iba a provocar que asentara su hogar en Extremadura. Llegó en 1991 con un viaje que se autoregaló tras acabar los estudios. Sus padres pasaban temporadas en Alicante pero ella decidió cambiar el rumbo. Buscaba los paisajes y los encontró.

En un principio siguió trabajando para firmas danesas hasta que decidió dar el paso y crear un sello que se vinculara con la región. Así nació Extremerinas hace cinco años. Creó la firma con Concha Salguero, de la asociación trashumancia y naturaleza. Al proyecto se unió la ganadería de ovejas merinas negras Cabello Bravo de Siruela que pastorea en libertad Miguel, un hombre para el que Charlotte solo guarda halagos. Estaba interesada en recuperar un tejido que se había guardado en un cajón o que se asociaba a determinados estratos sociales. Quería desmitificar aquello de «mamá, esto de lana pica». Lo que elabora son mantas pero con un diseño escandinavo. Asegura que el proceso para poner en marcha el proyecto fue más lento que de costumbre. «En Dinamarca en meses lo tienes listo». Aquí tuvo que buscar y buscar para encontrar porque los lavaderos estaban cerrados y la artesanía, al igual que la oveja merina negra, roza también el peligro de extinción. Después de alguna experiencia dispar con los intermediarios, finalmente encontró lo que buscaba. A Béjar se marchó a lavar la lana y a tejerla a Astorga. «Hay que ser insistente y tener paciencia», defiende. Ahora también tiene pensado aventurse a trabajar con otro rebaño, en este caso de ovejas blancas y nómadas. Son las mismas ovejas que recorren cada año Madrid en la tradicional --y original-- fiesta de la trashumancia que organiza la capital en octubre desde 1994 y en la que, al fin del desfile un mayoral entrega a la alcaldesa los «50 maravedís al millar» de la época. El año pasado hizo historia porque por primera vez fue una mayorala.

A Copenhague regresa con frecuencia por negocios pero tiene claro que no volverá. Su casa está en Extremadura. Sus amigos la visitan pero también tienen claro que no vivirían como ella, que de alguna manera decidió regresar a la comuna de su infancia. «Te tiene que gustar». A ella le gusta. Es diferente, es oveja negra. Oveja orgullosa y talismán para el campo.