THte aquí una pregunta peliaguda: ¿Por qué los hombres piensan que cuando una mujer se coloca en la acera de una rotonda es porque está ofreciéndose para acostarse con el primer conductor que se lo proponga? Sí, sí, que nadie se asuste ni se escandalice. Esto es lo que sucede. Y si es usted mujer y tiene dudas, quede mañana con alguien en la rotonda de El Vivero, o en la de Renfe, o en la de la fuente de la Capitalidad, o en la de Carrefour y después, me cuenta. Tengo varias amigas que han quedado en una rotonda con sus colegas de trabajo para que las recojan y la experiencia, según cuentan, es terrible. Rubores, calores, colores, vergüenza, indignación... Este varón les pita, aquellos mozalbetes las piropean rebuscando las groserías, el de más acá les pide precio a voces: "¿Cuánto cobras, guapa?", el de más allá les lanza besitos y los discretos las miran, ora con ojos golosos, ora con sonrisitas envueltas en picardía.

Es verdad que si la espera sucede entre las ocho y las diez de la mañana, los conductores no se ponen tan borricos, pero parece ser que a partir del mediodía, una mujer en una rotonda se convierte en una posibilidad, en un fetiche, en un oscuro objeto de deseo. A una compañera, la experiencia de la rotonda la ha dejado marcada: un sesentón elegante que conducía una berlina se detuvo en la redonda, estuvo un rato aguardando a que mi amiga se subiera al coche y acabó sacando la cabeza por la ventanilla y gritándole: "¿Vienes o qué?". No hace falta que les diga que desde entonces, a mis amigas hay que ir a buscarlas a casa.