Un célebre festival de carne de perro empezó este viernes en China a pesar del coro de protestas. Hasta Yulin, una ciudad de la provincia sureña de Guangxi, llegan cada año oleadas de visitantes para celebrar el solsticio de verano degustando un menú canino maridado con alcohol fuerte y lichis. Las organizaciones de defensa de los animales calculan que se servirán unos 10.000 perros durante la semana del festival.

La carne de perro ha integrado la tradición culinaria durante miles de años en varias partes de China, Vietnam y Corea. Su consumo es tan cotidiano en esas zonas como en España lo es el del conejo, considerado una mascota en EEUU. Su digestión pesada aconseja su consumo especialmente en invierno. No es raro que los médicos lo prescriban contra la impotencia o la mala circulación, por ejemplo.

Yulin reclama la capitalidad del sector nacional. Sus ganaderos alimentan a diferentes razas destinadas a la mesa y sus cocineros defienden que nadie los sirve como ellos, normalmente en estofado. Uno explicaba a la prensa local que los más pequeños tienden a ser más delicados y dulces, mientras que el sabor de los mayores es más fuerte.

Pero la creciente sensibilización por los derechos de los animales amenaza la celebración de los festivales. Los activistas denuncian que la demanda obliga a recurrir a mascotas robadas y perros callejeros, y también la crueldad del proceso. Muchos, aseguran, son electrocutados, desollados o quemados vivos. Razonan además que su transporte en camiones sin higiene estimula la rabia y otras enfermedades contagiosas. Los organizadores se defienden esgrimiendo que todos los perros llegan de granjas de crianza. Las autoridades han prometido que endurecerán las medidas sanitarias y prohibirán las matanzas en público este año.

Los esfuerzos de los defensores de los animales no son tibios, con manifestaciones callejeras, cartas abiertas a la Casa Blanca y mensajes de concienciación de los famosos. En los últimos años se han apuntado varias victorias. En el 2011 lograron la cancelación de un festival en Jinhua (provincia de Zhejiang, este) con una campaña en internet que supuso una presión invencible para las autoridades. Ese mismo año, un conductor colgó en la red una foto de un camión donde se hacinaban los perros en dirección a los restaurantes del norte de China. Unos 200 activistas lo detuvieron horas después y liberaron a 500 perros tras pagar los 13.000 euros que costaba la mercancía. Son, sin embargo, gotas en el océano.

Du Yufeng es la pionera en la lucha. Es el sexto año que acude a Yulin para intentar detener el festival y denunciar la crueldad de las matanzas y el mercado ilegal de animales enfermos. Ha acampado a las afueras con otros voluntarios para comprar todos los perros que pueda con dinero de donaciones y salvarlos de la olla. Señala que festivales parecidos se celebran en varias ciudades de la provincia y apunta a los intereses económicos. "En la zona hay muchos productores de lichis que durante mucho tiempo no sabían cómo vender esta fruta, hasta que la asociaron al festival. Ahora tanto el sector del perro como el de los lichis dependen de él", asegura.

SIGNO DE OSTENTACION Mao prohibió los perros como mascotas por considerarlos pasatiempos burgueses. Hoy son un signo de ostentación de los nuevos ricos urbanos y las clases medias, que gastan fortunas en peluquerías caninas y otros lujos. En las nuevas generaciones anida más afecto a los perros, pero Du no es optimista sobre una ley que prohíba su consumo. "No ocurrirá en los próximos años. Hay demasiada gente y muchas etnias minoritarias habituadas a su consumo que protestarían y pondrían en peligro la estabilidad social".