Ningún país exigía más urgentemente una adaptación local del universo de la serie ‘House of Cards’ que China. La hemeroteca reciente revela urdimbres en los intestinos del poder que desbordarían al guionista más retorcido. Tampoco falta afición: millones de chinos siguen frente al ordenador la serie sobre la Casa Blanca que protagoniza el intrigante Frank Underwood. Aquí el personaje principal es un fiel aficionado, Wang Qishan, jefe de la temida Comisión Central para la Disciplina e Inspección (CCDI), que limpia a destajo las filas del partido. Muchos líderes políticos y exitosos empresarios la recomiendan con entusiasmo, según reveló la agencia oficial Xinhua.

Los 42 capítulos de ‘En el nombre del pueblo’, que se están grabando, empezarán a emitirse a finales de año. La superproducción cuenta con un presupuesto de 120 millones de yuanes (16 millones de euros), con el galán Lu Yi al frente de un reparto de 300 actores y un guión dolorosamente realista.

Lu y su esposa son enviados a una provincia ficticia para investigar un asesinato y descubrirán los turbios tejemanejes del jefe del partido, un tipo tan poderoso y temido que muchos no se atreven a pronunciar su nombre. Cuesta no recordar a Zhou Yongkang, el antiguo zar de la seguridad nacional, condenado recientemente por un variado menú delincuencial. Para reforzar la verosimilitud, la CCDI incluso ha invitado a los guionistas a la cárcel de máxima seguridad diseñada para los políticos de mayor enjundia. El final ya se ha desvelado: los malos acaban ahí.

La serie tiene un innegable aroma propagandístico. El presidente Xi Jinping ha hecho de su campaña contra la corrupción su bandera. Prometió que caerían moscas y tigres, en alusión a bajos funcionarios y altos cargos, y lo ha cumplido. Pero el discurso machacón oficial carecía de eco en la ficción porque China había frenado en 2004 las series sobre corrupción para no alimentar el resquemor popular. Cualquier serie con políticos corruptos fue confinada al horario nocturno en un país que se acuesta pronto.

Pero la CCDI se reunió con la autoridad televisiva el pasado año y la ordenó ponerse a trabajar. Ahora tiene la misión de producir anualmente una o dos películas y entre dos y tres series sobre el tema. Se intuye que los políticos corruptos pasarán de la semiclandestinidad nocturna a todos los segmentos de la parrilla en dura pugna con los malvados soldados japoneses del siglo pasado.

Pero la revolución está menos relacionada con la cantidad de corruptos televisivos que con su calidad. Ninguna serie se había atrevido a apuntar a un jefe del partido provincial, un gremio con apenas una treintena de miembros. Supone un cambio radical en un país donde la prensa y las redes sociales han ganado espacio para denunciar las corruptelas de los políticos bajos y medios pero que la censura actúa con ardor en las mayores escalas jerárquicas. También en la televisión se cazarán ahora tigres.

Los responsables han rechazado las entrevistas con la prensa extranjera alegando que es “un tema delicado”. El director, Fan Ziwen, ha explicado a la local que las autoridades han aprobado la serie porque no sólo mostrará la podredumbre del sistema sino el ahínco por limpiarlo.

En los medios oficiales se ha bendecido el final del tabú. Su Wei, profesor de una escuela del Partido Comunista de China, ha explicado que la serie mostrará “la resolución contra la corrupción” de Pekín al mostrar a oficiales del más alto nivel.