Chismorrear --o chinchorrear-- es un placer, aunque pretendan negarlo los intelectuales. No preguntes el motivo, porque seguramente no existirá. El caso es que una murmuración en condiciones resulta irresistible. Reconoce que flipas cuando te enteras de supuestas intimidades o de sucesos ocurridos a cualquiera --mejor si es o era poderosillo/ famosillo--, a ser posible trágicos, dolorosos, macabros, o, por lo menos, extraordinarios. En el pretérito, los ámbitos del chisme se llamaban mentideros y solían estar en la corte porque los cortesanos daban para mucho, con tanto lío de faldas y lances de espada. Estábamos acostumbrados ya a la televisión que al día de hoy ha superado en muchísimo a aquellos, tanto que los intelectuales --niegan el placer del chisme y sin embargo lo practican-- lo llaman telebasura porque está a tope de cotilleos y ellos, los intelectuales, declaran siempre, para quedar bien, que ni la miran. Creías que la tele era insuperable, nada sobrepasaría el listón chismorreico de realities y sálvames diversos. Evidente error. Los mentideros se han trasladado definitivamente. Han encontrado mejor nicho todavía y se han asentado en las salas antes llamadas de justicia que andan atiborradas de sumarios y los sumarios a tope de situaciones grotescas. Nos espera una temporada estelar. Gürtel , Correa, Camps, Rajoy, Matas , el Bigotes o Garzón , entre otros, haciéndole la competencia a los jesulines o a la nariz de Letizia . Es que los juzgados están llenos de todo: terroristas, madres que pegan a las maestras, corruptos asquerosos, jueces. De todo, excepto, claro está, de menores asesinos que escondemos y que guardarán sus chismes para una exclusiva por los platós.