El ciberconsejero sexual que el Ministerio de Sanidad ha colado en los ordenadores de los púberes españoles --de espaldas a sus padres-- falla más que una escopeta de feria, lo que no deja de ser preocupante dado lo delicado del asunto. Pensado como un asistente virtual que pueda orientar a las jóvenes en sus dudas sobre sexualidad, a la hora de la verdad Robin ofrece una poco variada gama de confusas respuestas.

"Necesito algo de tiempo para pensar. Por favor, pregúntame más tarde", responde, por ejemplo, Robin cuando un supuesto adolescente apurado le cuenta su intención de llevar a cabo, de inmediato, una relación íntima sin protección y usando como único anticonceptivo la secular retirada a tiempo. Y es que a Robin --que se inserta como un contacto más en el Messenger, el programa de relación entre internautas más extendido y en el que matan las horas 2,6 millones de adolescentes españoles-- le falta vocabulario. Robin es el rostro de una web semántica, que procesa todas las palabras que introduce el usuario y las relaciona con su base de datos.

EL CASO DE IKEA El más conocido de este tipo de asistentes es, sin duda, Anna de Ikea, que guía con mucha fiabilidad al internauta despistado por la página de la tienda sueca. Anna, a diferencia de Robin, es capaz de identificar las variadas maneras que existen de preguntar. Robin, no. Si el adolescente apurado a punto de cometer una práctica de riesgo hubiera preguntado por "la marcha atrás", el consejero del ministerio sí le habría proporcionado la información precisa: "Es un método poco fiable para evitar embarazos ya que el pene también expulsa espermatozoides antes de la eyaculación". Pero a veces la claridad meridiana de los mensajes --"¿es malo tragarse el semen?"-- no evita que el asistente salga por peteneras: "¡Estoy sano como un roble! Me cuido mucho".

Hay que recordar que Robin está dirigido a jóvenes de entre 12 a 17 años, por lo que cabe suponer que el nivel lingüístico medio de estos internautas dista de la precisión. Por no mencionar la querencia de los adolescentes por escribir de forma abreviada, práctica nacida del uso de los sms. El uso de estas abreviaturas funde los plomos de Robin, que responde cosas como "¡Humanos, humanos! Siempre ignorando las normas más básicas del lenguaje!".

Más allá de la eficiencia del ciberconsejero, otro tema subyace en la maniobra de Sanidad. En su lucha por conseguir que su mensaje llegue, primero, a los jóvenes y cale, después, en sus actos, el ministerio ha dado rango de oficialidad al viejo dicho que reza que los asuntos sexuales "se aprenden en la calle, con los amigos", y para ello ha creado un amigo que les explique la verdad de la vida. Y en todo este proceso, ¿dónde quedan los padres, principales responsables de la educación de sus hijos?.

En opinión de la Concapa (Confederación Católica Nacional de Padres de Familia y Padres de Alumnos), Sanidad trata de suplantar a los progenitores y, por eso, advirtió esta semana de que iba a reclamar al ministerio por los daños y perjuicios que puedan causarse a los menores como consecuencia de los consejos erróneos del robot, y animó a los padres a "denunciar cualquier incidencia que sufran sus hijos en este sentido".

En la presentación, el miércoles, el ministro Soria aseguró que el robot pretende ayudar a los padres, no reemplazarlos.