Luis Ciges, mítico secundario del cine español que ha trabajado a las órdenes de directores como Berlanga, Almódovar o García Sánchez, falleció en la madrugada de ayer a los 81 años de un paro cardiaco en la clínica madrileña de San Camilo. Sus restos mortales fueron instalados en la calle ardiente en el tanatorio de la M-30 y hoy serán incinerados en el cementerio madrileño de La Almudena.

A Luis Ciges, rostro imposible de entrañable desparpajo, le gustaba definirse como un "tipo que se pone delante de la cámara". Y esto, lejos de ser un chiste fácil, dejaba bastante a las claras su afán de no considerarse un profesional.

DIVISION AZUL

Antes de dedicarse a la interpretación, cultivó varios oficios: mercenario en la División Azul --así lo retrató Javier Rioyo en el documental Extranjeros de sí mismos , su último trabajo--, falso espía, enfermero en un sanatorio tuberculoso --en el que aprovechó los dos años en los que estudió medicina--, realizador de televisión, técnico de efectos especiales. Le costó Dios y ayuda convencer a Berlanga, gran amigo de francachelas, para que le diera un papelito en Plácido y a partir de ahí empezó a tomarse en serio la interpretación y desplegó una carrera con más de 100 papeles de eterno secundario. Su colaboración con Berlanga --La escopeta nacional , Todos a la cárcel o París-Tombuctú -- se prolongó en nueve filmes.

Detrás del personaje pintoresco se esconde una jugosa biografía. Ciges nació en Madrid en 1921, su padre era gobernador civil de Avila y escritor y su madre, hermana de Azorín, así que el pequeño Luis creció en un ambiente ilustrado. "Valle Inclán me daba mucho miedo con sus larguísimas barbas", recordaba.

Caótico, desordenado y ácrata, según propia confesión, Ciges tenía a gala no leer jamás los guiones de las películas en las que trabajaba, tan sólo memorizaba sus líneas. Así lo vimos atravesando la historia del cine español, desde Molokai , de Luis Lucía, pasando por las creaciones de vanguardia de la Escuela de Barcelona, títulos de culto como Arrebato o creaciones corales como Amanece, que no es poco y Así en el cielo como en la tierra , de José Luis Cuerda. Por ésta última obtuvo un Goya.

El premio constató el profundo amor que las nuevas generaciones le profesaban. El pistoletazo de salida para dejar de ser un rostro más en los repartos fue Aquel ritmillo , corto que Javier Fesser hizo a su medida en 1995. Tres años más tarde, Ciges sería una pieza clave en la surrealista El milagro de P. Tinto .

La fama le llegó tarde y sin haberla buscado. "Soy un tipo feo y no me tolero. Me veo como un fantoche. Lo paso mal cuando la gente me mira y me escondo". Por suerte para el cine español, no lo hizo del todo.