María

Sánchez Testón

Acción. Una bolsa gira y gira. Da vueltas, sin rumbo. Se mece con el viento, acompañada de la música. «Era uno de esos días en los que estaba a punto de nevar y el aire está cargado de electricidad. Esa bolsa estaba bailando conmigo. Durante quince minutos. Es el día en el que descubrí que existe vida bajo las cosas». El cine es eso. Conseguir que una cámara siguiendo el movimiento de una simple bolsa se convierta en una estampa icónica. Transformar en bello lo cotidiano, lo simple, lo banal. Los que hayan visto esa escena no volverán a mirar una bolsa de la misma manera. María Sánchez Testón (Cáceres, 1984) también vio American Beauty en su momento. Y ya no fue capaz de mirar una bolsa de la misma manera. Lo cierto es que ella tuvo siempre otra mirada. Le venía de serie. Vive fuera de guion aunque viva en uno constante. Escribe y rueda. Es realizadora y guionista. Se dedica a compartir en la pantalla grande historias que más tarde se convierten en las historias de otros.

María no cree en el destino así que no tiene muy claro si fue ella la que decidió dedicarse al cine o si el cine la eligió a ella. «Todo me fue llevando». Sí recuerda que su madre la llevaba a ver películas no solo infantiles. De aquello guarda un miedo oficial a E.T. y una obsesión inconsciente por los musicales. Bebió de todos, de Almodóvar, de Berlanga, de Fellini y de Haneke. De ellos debió heredar el color y las miradas. Hasta el momento no le había dado importancia y entonces llegó. Fue tardío aunque dicen que nunca es tarde. Y si no que se lo digan a Van Gogh, que empezó a pintar a los 27 o Penelope Fitzgerald que escribió su primer libro a los 60. En su caso, estudió Comunicación Audiovisual y fue en 2010 cuando consiguió una beca para estudiar en Cuba. Allí sintió que encajaban todas sus piezas. Allí le enseñaron que «a hacer cine se aprende haciendo cine». «Es muy diferente al método de España, te plantean una pregunta y tú creas, te equivocas, te corrigen y sigues, tú descubres el camino». Y bien descubrió la cacereña el suyo porque cuando regresó dio forma a su primer corto, Por la flor de la canela, un trabajo que a las puertas se quedó del Goya. Este primero era un documental que recorría las canciones de la violencia sexista de la historia, el siguiente sirvió de homenaje a sus abuelos. «Estaba obsesionada con hacerles una película». Así nació Cefalea. Aún recuerda el rodaje, que fue en un pueblo de Gata. «Fue surrealista». Casi tanto como el argumento: «dos abuelos que luchan por su libertad. Un nieto que lucha por su amor. Un casco que se mete en medio». El texto de Encarna viva tampoco se queda atrás con su carne, sus tres mujeres, su carnicero y su hijo. A todos los parió, los llama sus hijos, en el tiempo que sobra. Compagina los rodajes con su trabajo de realizadora para una empresa de Madrid y su labor de profesora en un curso de guion. «Aprovecho las vacaciones para rodar».

Estas últimas las ha dedicado a dar vida a TQ, una cinta sobre el amor, un tema universal. «A todos nos toca». Aunque no lo parezca a simple vista, la cacereña reconoce que todas las historias que cuenta «son vivencias personales». «Me nutro de lo que veo». En esta ocasión, este amor cuenta con una particularidad, está ambientado en la era virtual. Amor en tiempos de clic. Asegura que es el trabajo más ambicioso en el que se ha embarcado. «Me enfrentaba a una bestia, a un dragón, no era consciente del proyecto pero me metí de lleno, sin mirar atrás». En el cine no se puede mirar atrás. Ahora ya está en la última fase y a punto de que vea la luz, previsiblemente a principios de 2020. Para ello se rodeó de un elenco y de un equipo extremeño. Los seleccionó con un sentido. «Quería que aparte de ser buenos profesionales fueran buenas personas». Parece que lo consiguió porque se deshace en elogios hacia ellos y no es para menos porque hasta 23 horas duró el último día de los cuatro de rodaje, también en Cáceres. «Es todo tan intenso que se crea una familia, cuando se acaba todo, te sientes vacío». Es lo que le quedará, vacío hasta que algo le inspire otro guion, aunque ahora no tiene tiempo para pensarlo y se consuela hasta que llegue ese momento. «¿Dónde estaremos dentro de cinco años?» Quién sabe. No creer en el destino es lo que tiene.