TEttica y estética son palabras parecidas. Hay quien las confunde gráfica y fonéticamente cuando la letra o la pronunciación se hacen imprecisas. Dentro de la palabra estética se encuentra escondida la otra, pero en nuestras sociedades son bien diferentes. La estética se ha comido a la ética, la ha engullido. Lo estético ha dejado de ser la primera impresión para convertirse en la impresión, la única. De ahí que se crucifique a dos niñas por la forma de vestir o que existan unas tablas de la ley de lo correcto y lo incorrecto que nadie sabe de dónde han surgido. Y mientras las apariencias imponen su dictadura y las clínicas de cirugía estética extienden el agosto a cualquier mes del año, la ética se diluye en cada rincón de la tierra. Los que dan consejos sin tapujos, los que alertan de la inviabilidad de salarios mínimos de mil euros y despiden trabajadores como quien poda un seto, se jubilan con tres millones al año sin que a nadie se le caiga la cara de vergüenza. El verbo parecer se ha convertido en una pieza clave para la configuración del mundo y el verbo ser ha perdido el escaso valor semántico que tenía. No hay que ser ni listo ni honrado, porque basta con parecerlo. La estética nos deja obnubilados y no intentamos descubrir si hay una ética, un fondo que sustente lo fatuo. Ponemos el grito en el cielo ante cualquier manifestación que se salga de lo tradicional, pero se nos queda cara de primo si un tipo con un reloj de oro reclama en una junta de accionistas inyecciones públicas de liquidez que acabarán en cuatro cuentas particulares. ¿Cuándo se abrirá la primera clínica de cirugía ética?