TMte hubiera encantado que Cáceres tuviera su río, su garganta, algo que refrescara las noches y convirtiera la ciudad en otra. Imagínense Cánovas, pero rodeada de agua, como una isla perdida en el océano de tráfico. O con un istmo que la uniera a la parte antigua, una calle larguísima hasta Pintores, lengua de tierra entre la plaza y el resto de la ciudad. O que tuviéramos que utilizar barcas para llegar a Santa María, convertidas en puerto fluvial las escaleras de acceso. Imaginen el rumor de las plantas del Parque del Príncipe acompañadas por el sonido de una cascada, imaginen poder hacer lo que en San Sebastián, Sevilla o Cádiz, llevar la vida de siempre, el trabajo, la casa, la compra, pero sabiendo que tras esa calle está el mar, o el río, esperando que acabemos la rutina y nos despojemos del traje cotidiano para ponernos el bañador. Un lunes de junio, sin aguardar al verano, o un martes de abril. Por soñar que no quede, piensen en un paseo marítimo con terracitas, y la brisa nocturna y los chiringuitos y los enamorados en la orilla. O suspiren por una alameda o un caminito íntimo entre chopos, respirando el olor suave de la ribera. Sueñen con una torre de Bujaco reflejada en las ondas, un perfil de cigüeña, un embarcadero de arena finísima en San Mateo. Imaginen lo que quieran, cojan fuerzas y luego salgan al mundo exterior. Más allá de las murallas, pasando el arco de la estrella, corre un rumor de agua escondida en los patios. No tenemos río, pero siempre podemos perdernos en los meandros de nuestra ciudad, en esa parte antigua que tenemos tan abandonada, este verano, que va a estar tan lleno de cosas.