Existe una forma alternativa y morbosa de seguir la política de ciertos países. Consiste en abrir los diarios, no por la sección de nacional, sino por la de cotilleos. Allí, junto al último acto benéfico protagonizado por la guapa de moda, no es difícil toparse con nombres de ministros, senadores e incluso presidentes de gobierno, quienes no aparecen en esas páginas por la fortaleza de sus discursos, sino por la debilidad de sus carnes.

Amantes secretas, hijos ilegítimos, aficiones lúbricas clandestinas- El relato de los escándalos sexuales de los altos cargos públicos, cada vez más presente en los medios de comunicación, proporciona lecturas de culebrón a la aburrida información política y con frecuencia saca a la luz hipócritas situaciones de doble moral. De camino a la hoguera pública, el fenómeno alimenta el apetito chismoso de una población que, entre escandalizada y ansiosa por conocer los detalles del revolcón, clama boquiabierta: "¡Fíjate!".

El vodevil de adulterio y tráfico de influencias protagonizado por Iris Robinson, la santa (hasta hace poco) esposa del primer ministro de Irlanda del Norte, concentra tantos arquetipos del género erótico-político que parece el guión de una teleserie de sobremesa. La coincidencia de su nombre y su caso con la señora Robinson de El Graduado ha añadido tintes tragicómicos a su historia. De paso ha convertido a la canción de Simon y Garfunkel, banda sonora de la cinta, en un inopinado hit.

Esta vez, la realidad ha hilado tan fino superando a la ficción que las consecuencias políticas del escándalo (la dimisión provisional de su marido al frente del Gobierno) han quedado eclipsadas por el festín que se está dando medio planeta con el goteo de noticias del affaire. Penúltimo capítulo: la amante pagó bolsillo el entierro del padre de su efebo, a la sazón su carnicero, con quien había tenido encuentros en carne viva. El folletín seguirá.

La localización geográfica de este caso no es un asunto menor. En Irlanda del Norte se cruzan el catolicismo más conservador, del que hacía gala la versión pública de la señora Robinson, y el anglicismo, proclive a la doble moral. A diferencia de los latinos, donde los escándalos políticos acostumbran a tener que ver con el bolsillo, en la cultura anglosajona es la bragueta lo que suele llevar a los cargos públicos a sonrojarse ante las cámaras.

En EEUU, del presidente hacia abajo, el rosario de mandatarios que se han visto obligados a autoflagelarse públicamente cubre casi todo el mapa nacional. El gobernador del estado de Nueva York, Eliot Spitzer, dimitió en el 2008 al difundirse que era socio de un club de prostitución de lujo. El candidato demócrata a la presidencia, John Edward, tuvo que pedir perdón ese mismo año, tras reconocer que había engañado a su esposa con una amante. Poco antes, el senador republicano de Idaho, Larry Craig, conocido por su ideario homófobo, se vio obligado a dejar la política al ser descubierto ligando en los aseos de caballeros de un aeropuerto. El propio Bill Clinton, cuyo segundo mandato estuvo marcado por el caso Lewinsky, acaba de ser acusado --sin ser desmentido-- de mantener una relación con una mujer en plena campaña presidencial de su esposa, Hillary.

En los países latinos, política y genitales duermen en cuartos separados. Las peripecias cortesanas de Silvio Berlusconi no han logrado hacer mella en su autoridad y en España parece haber un silencio tácito acerca de la vida privada de los mandatarios, siempre que no se ponga en juego dinero de los contribuyentes, como hizo el concejal mallorquín Javier Rodríguez de Santos, que cargaba al presupuesto municipal sus gastos en drogas y saunas gays.

"La sociedad es menos tolerante de lo que parece. La gente se declara liberal, pero luego le exige a los líderes que sean estrictos, y esto les obliga a optar por la doble vida", dice Javier Sánchez Alvarez. Tras ejercer durante 30 años como director de empresas, este abogado y economista estudió la doble moral que abunda entre los ejecutivos. "Lo escandaloso no son los adulterios, sino que sus protagonistas se presenten ante la sociedad como modelos de vida ejemplar, mientras en privado hacen lo contrario de lo que defienden", destaca. Para el autor de Manual para cínicos: cómo triunfar en la sociedad de la mentira , las polvaredas que levantan estos escándalos tienen su parte de espectáculo: "El circo romano de hoy son los líos de faldas de los políticos y famosos, el pueblo se divierte con esta carnaza". Pronóstico: seguirá habiendo escándalos mientras haya quien se escandalice. Pero la debilidad de la carne no hay quien la cambie.