Hay mucha gente que cree que la coherencia consiste en cooperar para compartir una herencia. Alguien debería explicarles que no, que se trata de una actitud lógica y consecuente con una posición anterior. Hay varias formas de ser coherente y muchos trucos para parecerlo. Para esto último lo más habitual es cambiar silenciosamente de posición, algo muy fácil en un mundo donde la memoria colectiva es de pez, y hay a quien la permuta de principios no le cuesta nada, como parodiaba Groucho Marx . La cuestión se complica si uno ha sido responsable político de un asunto concreto o se ha erigido en adalid de un precepto y es pillado con las manos en la masa o en paños menores. Entonces ya es más difícil salir airoso. Especialmente si uno se ha dedicado a predicar desde el púlpito una vida puritana los domingos y ofrecer servicios poco decorosos el resto de la semana, si ha estado al mando de la lucha contra la drogadicción y lo pillan esnifando, o si es el encargado de velar por el tráfico y supera la tasa de alcoholemia en una salida nocturna. Está muy bien eso de exigir coherencia a los demás pero me pregunto si estamos cerca de lograr que sea una exigencia social que vaya más allá de los personajes públicos. ¿Es coherente que el neumólogo fume y nos recomiende que no lo hagamos? ¿Puede un profesor transmitir la pasión por aprender si él mismo lleva veinte años sin reciclarse ni adquirir nuevos métodos? ¿Puede criticar el amiguismo y la corrupción quien se jacta en público de tener muy buenos contactos para saltarse una lista de espera? Será más fácil llegar a Marte que implantar la coherencia colectiva.