Se llama Francisco Lozano, aunque en Arroyo de la Luz todos lo llaman Paco. Se diplomó en Magisterio en Cáceres, aunque nunca ha ejercido como profesor porque desde muy joven se hizo cargo de un café familiar, el bar Moyano, situado en la plaza Mayor. En las pasadas elecciones municipales fue con Santos Jorna en la candidatura municipal socialista y desde entonces es teniente de alcalde y coordinador de concejalías.

Cuando era un adolescente, comenzó en el instituto a coleccionar palabras populares del habla local de Arroyo, vocablos que sólo se utilizan en su pueblo y en algunos pueblos de los alrededores. Después, en el trato diario con sus clientes en el bar, siguió apuntando cada término curioso que escuchaba. El resultado ha sido un diccionario de casi 200 palabras que recopila la riqueza filológica de un pueblo que se caracteriza por el esparaviento, es decir, por hablar gestualizando mucho, con voz potente y con vocablos que sólo allí se entienden.

ACOJOMBRAR PATATAS En Arroyo de la Luz hay palabras para casi todo. Por ejemplo, la primera vez que un labrador trabaja su sembrado de patatas, se dice que las zacha, como en cualquier lugar de Extremadura. Pero cuando las zacha por segunda vez, se dice que las acojombra. Y si avariento con uve es quien atesora dinero y gasta poco, en Arroyo, abariento con be es un negocio poco claro.

En el pueblo de la Luz, acibarrar es sujetar con fuerza, apotrar es sentarse tranquilamente y un armuño es algo de poca importancia. Cuando el bar Moyano, que ahora lleva el hijo de Francisco Lozano, está lleno a rebosar, se dice que se encuentra acojormao. Si lo que está repleto es un recipiente, se prefiere el adjetivo hinchinao.

Cuando los hijos no hacen caso a los padres, algo que sucedía hace 50 años y también ahora, se dice, hoy como ayer, que los hijos se arrervan. El chaval que no entra en casa ni loco es un verdolago o un gandallera y el que se va de casa y no vuelve hasta dos o tres días después, se ha ido de revinva. Si regresa borracho y oscilante es porque se ha convertido en un campaluces.

El lenguaje de los bolindres o canicas es muy rico y ha dado palabras como arrevarcar o gavilondra, para referirse a diferentes tipos de trampas en el juego, o mitra, que quiere decir golpe entre canicas. Rosnar es rodar y bochi, la carambola de dos bolindres. El guá es, como en el resto de Extremadura, el hoyo adonde van las canicas, pero una charca que hace menos agua que un guá es llamada despectivamente chavanque.

Un asao no es un cordero al horno, sino una tinaja, la tapadera de un cántaro o, también, cualquier jarra de barro. Un tío muy bruto es un berello y si tiene un miembro viril descomunal se le llamará bendo. Cambiando de tema, pero no demasiado, la concha de la almeja recibe el apelativo de cuncunela.

En Arroyo, una colleja es un cujío, una voltereta, una cumpinchaílla, las personas bajitas y menudas son changüines y los desnutridos, esperecíos. Los comilones son dejalamíos, los mozos bien vestidos van engaripolaos y quien se las apaña para no dar golpe, es porque se las espirla para estar todo el día de fiesta.

Las colas del hipermercado, que en algunos lugares se llaman refileras, en Arroyo se convierten en garrafileras. Si el aceite se calienta tanto que se inflama es porque le ha entrado la golosa y las máquinas de coser no se llaman Singer o Sigma, sino hojalatas. Los condimentos que se usan en la cocina son ministrajos y si la comida sienta mal, el comilón sentirá una perpejía en el estómago.

Cuando un arroyano fuertote, es decir, un macarandón, tira a alguien al suelo, o sea, lo jondea, la víctima sufrirá un guacharrazo o morocazo y acabará con la ropa destrozada, o lo que es lo mismo, convertido en un minguelete o en un defraguiñao con los pañaletes o bajos de la camisa por fuera de los pantalones y los pantalones repletos de costuras, roturas y sietes, más conocidos por prefiletes.

En el glosario de Paco Lozano, navegar no se refiere a Internet, sino a trabajar todo el día sin parar un momento y si quien navega es una mujer, se la califica como ramajona. Hace medio siglo, ya existían en Arroyo los colgados o despistados, pero se les llamaba, y se les llama, pavíos o tarusos, y también había ñúos o testarudos. Las mujeres habladoras son trabucantas, los liantes y folloneros, turratas y los valientes y arrojados, que lo mismo se meten a hosteleros que a maestros, a concejales que a filólogos, son unos vilitres, caso de Francisco Lozano, nuestro coleccionista de palabras.