Hay crímenes sin móvil cuyos porqués nos empeñamos en buscar en medio de un campo abonado por la locura y el sinsentido. ¿Qué pasa por la cabeza de una madre aparentemente feliz que presuntamente mata a una hija? A veces no pasa nada, porque los psicóticos no necesitan una causa para justificar su acción. Aún faltan los análisis psiquiátricos a los que en los próximos días será sometida Rosario Porto, Charo, Charitín para sus desconcertados amigos. Pero se puede construir un retrato a partir del relato de los allegados a una mujer que duerme, desde hace ocho noches, en una celda compartida de la prisión de Teixeira, en A Coruña, acusada junto con su exmarido, Alfonso Basterra, de matar a Asunta, la hija que estos días habría cumplido 13 años.

Con el triste paso de las semanas en Santiago, refrescadas por las primeras lluvias de otoño, el inicial golpe de rabia y dolor ha dejado paso al recuerdo de episodios en la vida de Rosario que, filtrados por el tamiz de la tragedia, adquieren otro sentido. El pasado julio marca un antes y un después en la vida de Rosario, el inicio de una caída en barrena que a nadie de su entorno se le antojó que pudiera tener consecuencias tan dramáticas. Rosario, de 44 años, tenía roto el corazón. Hacía un tiempo que mantenía una relación con un empresario gallego, casado, con el que ansiaba iniciar una vida en común. Juntos habían viajado varias veces a Marruecos por unos negocios inmobiliarios que no acababan de ir del todo bien. Cuentan que fue durante esa última escapada al país africano, a finales de junio, cuando el hombre rompió su promesa. No solo no pensaba separarse de su mujer, sino que estaba embarazada, y daba por acabada su relación con Rosario. Le pidió que se olvidara de él. Como si el amor que Charo llevaba dentro se pudiera quitar solo con palabras. Al regresar de ese viaje ocurrieron varios sucesos extraños.

Rosario ingresó en el Hospital General de Santiago, en el área de neurología, compartiendo habitación con una mujer que había sufrido un ictus. A ella la trató el equipo de psicólogos y psiquiatras. Estuvo allí tres semanas, durante las cuales Alfonso Basterra, de 49 años, el marido al que echó de casa cuando se enamoró de otro, no se separó de su cama. En esos días, Basterra intentó sanar el corazón que había roto otro y recuperar su vida junto a su hija y a su mujer. Tras salir del hospital, los tres, padres e hija, pasaron unos días en una de las casas heredadas tras la muerte de los padres de Rosario, en Vilagarcía de Arousa, junto al mar.

El extraño incidente

Inmediatamente después tuvo lugar el extraño incidente del supuesto hombre de negro, con pasamontañas y guantes de látex que, según ella, descubrió en el interior de su piso de Santiago intentando asfixiar a su hija. Un incidente que quiso primero denunciar en la comisaría, pero cuando el agente que le atendió le pidió que acudiera al hospital y volviera con un parte de lesiones, porque tenía algún rasguño en la cara, ella ya no regresó. Sin embargo, recordó el incidente el sábado 21 de septiembre, a las diez y media de la noche, cuando, del brazo de su exmarido, acudió de nuevo a la comisaría a presentar una denuncia porque