Entre el 30% y el 50% de los alimentos que se producen en el mundo, aunque depende mucho del país y del cultivo, nunca llegan al estómago humano debido a una combinación de despropósitos que empiezan en el productor, prosiguen en la distribución y el comercio y concluyen a lo grande en el hogar. Así lo subraya un informe presentado ayer en el Reino Unido que destaca como ejemplos las enormes pérdidas en frutas y hortalizas debido a tamaños poco comerciales, formas irregulares y otros caprichos de los consumidores, así como las ocasionadas por normativas muy exigentes en lo relativo a fechas de caducidad y los despistes en cuestiones de conservación y planificación en las compras.

El análisis, elaborado por el Instituto de Ingenieros Mecánicos, se base en buena parte en datos de la FAO, la organización de la ONU para la alimentación, pero aporta datos sorprendentes como que un 30% de los vegetales no se cosechan en el Reino Unido porque el aspecto que tienen haría casi imposible su venta en los mercados.

El problema se produce al final de la cadena. Los hogares son responsables del 58% de los alimentos en buen estado que se lanzan a la basura, muy por delante del comercio minorista (26%) y la restauración y la hostelería (16%). Es difícil precisarlo, pero según cifras de la UE a partir de los residuos generados, cada europeo tira a la basura al año 170 kilos de basura orgánica. En el Africa subsahariana apenas se superan los cinco kilos per cápita.

Tristam Stuart, investigador de la Universidad de Sussex, ha documentado en diversos estudios, con experiencias incluso en España, las enormes cantidades que se tiran a la basura. En su opinión, es esencial que los productos cuya comercialización rápida no sea posible y se estropearán sean reintroducidos en la cadena en forma de productos reelaborados o de ayuda social.

El Gobierno español cree que puede evitar parte del desperdicio impidiendo que se desechen en las casas alimentos que se encuentran en buen estado pero que en la actualidad se tiran a la basura por haber superado su fecha de caducidad. "Estamos trabajando en un sistema de etiquetado un poco más sofisticado para distinguir el consumo preferente de la caducidad de riesgo", anunció ayer el ministro de Agricultura y Alimentación, Miguel Arias Cañete, en una entrevista radiofónica.

DOBLE ETIQUETADO La fórmula podría consistir en un doble etiquetado de la mayoría de alimentos. El consumo preferente indicaría al consumidor hasta cuándo se mantendría el sabor en óptimas condiciones y la caducidad, el momento en que el alimento se puede deteriorar, con riesgos para la salud. En la actualidad hay alimentos, como las legumbres o los embutidos, que solo se etiquetan con la fecha de consumo preferente porque se considera que no se estropean y el resto llevan fecha de caducidad.

El ministro adornó su respuesta con un ejemplo de su vida cotidiana que causó un gran revuelo en las redes sociales. "Yo me peleo con mis hijos. Veo un yogur que pone una fecha y me lo como cinco días más tarde porque nunca me ha sentado mal", dijo Cañete, lo que fue interpretado por muchos internautas como un alegato a favor de comer alimentos caducados. Otros explicaron que tenían la misma costumbre, sin que tampoco hubieran detectado efectos secundarios. Y los especialistas añadieron que precisamente el yogur es un buen ejemplo de un producto que se puede consumir una vez caducado.

Una encuesta publicada por el Ministerio de Agricultura en diciembre cifró en un 20,7% las personas que reconocen consumir alimentos después de la fecha de caducidad, siempre que no haya pasado mucho tiempo, mientras que otro 19,5% optan por consumirlo o tirarlo dependiendo del tipo de producto. El más tomado, el yogur (78%).