TLte he escuchado decir a César Millán , el encantador de perros, que el bulldog tiene un olfato poco desarrollado por culpa de su hocico chato, y que para suplir esta carencia ha potenciado los sentidos de la vista y el oído. El bulldog, en fin, tiene los ojos vivos y las orejas tiesas para compensar su negligencia olfativa.

El mundo canino y el humano se parecen bastante. Cuando era niño me consideraba un afortunado al poder disfrutar incansablemente de los deportes escolares. Sentía cierta compasión por aquellos compañeros que, poco dotados para las actividades físicas, se veían obligados --así lo entendía yo-- a pasar el rato con otro tipo de asuntos. En mi torpeza, yo no comprendía que gracias a su falta de habilidades deportivas, estos chicos solían desarrollar no los músculos pero sí un precoz gusto por la lectura, el estudio, la música o el dibujo, al tiempo que fortalecían una fuerza interior al margen de las coordenadas del grupo.

He pensado muchas veces en la ley de la compensación, en la sabiduría de la Naturaleza que crea al hombre tan imperfecto, al que dota de insuficiencias pero también de virtudes compensatorias que le hacen la vida más llevadera. En un mecanismo de autodefensa al que me aferro últimamente, cuando tengo un golpe de mala fortuna intento pensar que de algún modo ya se está preparando alguna compensación a mi favor.

En estos tiempos de crisis urge, más que nunca, tratar de ofrecer a los demás lo mejor que llevamos dentro. Debemos aprender del bulldog y estirar las orejas y aguzar la vista cuando nos falle (afortunadamente) el olfato en un mundo que tantas veces huele a podrido.