Hace cinco días que Loli Macedo y Francisco Rebella se tenían que haber dado el ‘sí, quiero’. La fecha elegida para la boda era el pasado 21 de marzo, una semana después de que el Gobierno decretara el estado de alarma por el coronavirus. Con las invitaciones repartidas desde noviembre del año pasado y todo listo, nueve días antes del enlace tomaron la decisión de anularlo. «No fue fácil, pero veíamos en las noticias que las cosas se estaban poniendo muy mal. Tenemos personas de riesgo en la familia y no las queríamos exponer», explica Loli, quien reconoce que la incertidumbre sobre qué podría pasar le estaba generando «ansiedad y estrés».

Ella trabaja en un colegio de Educación Especial de Jerez de los Caballeros, pero es de Alburquerque, donde se iba a celebrar la ceremonia religiosa y el convite posterior, y él regenta un asador de pollos en su localidad natal, San Vicente de Alcántara. Son novios desde hace siete años y tienen una hija en común de tres. Tomaron la decisión de casarse en junio del año pasado y primero pensaron en una boda civil, a la que acudiera solo la familia más cercana, pero «nos fuimos animando» y al final eligieron casarse por la Iglesia y la lista de invitados creció hasta los 80. A todos ellos, muchos con hoteles reservados pues viajaban desde otras partes de España, tuvieron que comunicarle la noticia.

Tomar la decisión...

«Sentimos mucha tristeza, pero todo el mundo lo comprendió y nos dijeron que habíamos tomado la decisión correcta», cuenta Loli. La pareja se adelantó al suspender la boda, que de cualquier forma no hubiera podido llegar a celebrarse. El peor momento para ellos fue tomar la decisión de anularla, pero una vez que lo hicieron, incluso hasta se lo toman con ciertas dosis de humor. Además, «hay cosas mucho peores y la salud es lo principal», sentencia.

Sí se les hizo «más duro» pasar el día que estaba previsto el enlace: «Pensábamos ‘ahora tendría que venir el fotógrafo’, ‘ahora nos estaríamos casando’, ‘en este momento estaríamos en el restaurante con la familia y los amigos’...Y estábamos encerrados en casa y sin gente», cuenta.

Loli al menos pudo celebrar su despedida de soltera, la de Francisco, prevista para el 14 de marzo, también tuvo que suspenderse y sigue pendiente. La pareja tiene intención de casarse a principios del próximo mes de septiembre, aunque aún no tiene fecha concreta, porque primero deben asegurarse de que el restaurante y el fotógrafo tienen disponibilidad entonces, que creen que no va a ser fácil pues muchas comuniones y confirmaciones se han aplazado para entonces.

Con el restaurante y el fotógrafo no han tenido problemas, pues han aceptado que la boda se retrase unos meses. En cambio, no les ha ocurrido lo mismo con los billetes de avión para la luna de miel, que no se los han querido canjear. El viaje de novios iba a consistir en un circuito por Europa, pero con la crisis del coronavirus ya extendiéndose, al final habían decidido volar a Tenerife. Allí también le guardan su reserva para más adelante.

Lo que no sabe Loli es si, cuando por fin se case, estarán en condiciones las cientos de chucherías que compró y empaquetó. «A nosotros ya nos ha dejado el coronavirus sin el caramelo cuando lo estábamos casi saboreando», bromea.

Una reorganización

Como Loli y Francisco son muchas las parejas que han visto truncados sus planes de matrimonio por la pandemia. Soledad Indias y Pedro Carretero deberían estar contando las horas para ponerse frente al altar. Se casaban este sábado, 29 de marzo, en la iglesia de Retamar, pedanía de Solana de los Barros, pueblo de la novia, y el convite iba a ser en un restaurante de Almendralejo. Ella es maestra y él natural de Badajoz, agricultor. A su enlace estaban invitadas unas 200 personas, a los que quieren reunir el próximo 13 de junio, día al que han pospuesto el enlace. En esa fecha está libre la iglesia, disponible el fotógrafo y también la empresa del restaurante tiene disponibilidad en uno de sus salones, aunque en vez de en Almendralejo, en Villafranca de los Barros. «No quiero pensar que no la podamos celebrar ese día porque me da el bajón», dice Soledad.

Soledad Indias y Pedro Carretero / EL PERIÓDICO

Tampoco para ellos fue fácil tomar la decisión de suspender su boda. Lo hicieron diez días antes de que se decretara el estado de alarma. «Fue por nosotros y por los invitados, pues en esa fecha ya sabíamos que muchas personas con factores de riesgo no podrían asistir», entre ellas su abuela, que tiene 95 años.

Pedro le propuso matrimonio en diciembre del 2018, con la idea de que se casaran en el 2019, pero ella prefirió retrasarlo al 2020 para que le diera tiempo a prepararlo todo con calma. Reconoce que es una persona exigente y que, aunque ha tenido mucha ayuda, ha supervisado todos los detalles de su boda. Hasta hizo ella misma unas galletas con la fecha del enlace y un logotipo de la pareja para repartirlas entre los invitados. «Ahora el sábado, cuando sería el día de nuestra boda y deberíamos estar alegres y celebrando, será un día más», comenta con pena Soledad, aunque se consuela pensando que al menos sus padres están cerca porque viven en una casa debajo de la suya.

Tras la rabia y la resignación, esta pareja también ha decidido tirar del humor para sobrellevar el revés. «Muchos amigos nos dicen de broma que tenemos una segunda oportunidad... para echarnos atrás, pero yo les digo que si salimos de esta y nos casamos, nada nos va a separar si no lo hizo el coronavirus». De hecho, Soledad y Pedro ya están pensando en cómo cambiar la fecha escrita en los detalles que tienen preparados para entregar a los invitados y no descarta poner un cartelito al lado en el que se lea: «Pospuesto por coronavirus».