Juan Aladino Valdiviezo, peruano, tiene 18 años y comenzó a trabajar a los 7, pero habla como si tuviera 40 y hubiese leído de un tirón las obras completas de Eduardo Galeano y Noam Chomsky. Ha vendido alfombras, ha cargado maletas y ha lustrado botas a la misma edad en la que otros niños intercambian cromos. Pero no se considera una víctima. Todo lo contrario. Valdiviezo estuvo recientemente en España y cargó contra quienes, como la Organización Internacional del Trabajo (OIT), quieren abolir un fenómeno en el que participan 218 millones de menores en todo el mundo.

--¿Por qué empezó a trabajar?

--Como millones de niños pobres, para comer y, también, porque no podía soportar estar en mi casa sin hacer nada, como un vago.

--¿Siendo tan pequeño se sentía un vago por no tener empleo?

--Bueno, empecé a trabajar con mi papá ayudándole a cargar y vender. A los 7 años ya estaba vendiendo alfombras en las calles, pero entonces no teníamos tanta necesidad. Trabajaba porque él me decía que tenía que hacerlo, que tenía que velar por mí y por el bienestar de mi familia. Pero mi papá murió cuando tenía 11 años, y entonces el trabajo se convirtió en un deber.

--En los países desarrollados el trabajo infantil parece un infierno, pero usted no lo ve así.

--El trabajo me ha ayudado a crecer, ha sido una herramienta para que pudiera educarme o que incluso me comprara, por ejemplo, una pelota. Seguro que la valoré más que un niño que la recibió regalada. Son situaciones que quizá en Europa, donde todo está más basado en la especulación, no pueden entenderse.

--Explíquese.

--La mayoría de los niños no trabaja porque estén locos o les obliguen a ello, sino porque son conscientes de que su familia se está muriendo de hambre. La OIT quiere abolir el trabajo infantil, pero yo me pregunto por qué. Mis antepasados, como pueblo inca, siempre aportaron a nuestras familias siendo muy jóvenes, y crecieron y se sintieron orgullosos por ello. Pero acá, en este mundo privilegiado que tiene más de explotador, no se entiende la diferencia entre la explotación y el trabajo infantil. Estoy en contra de la primera, claro. Pero no del segundo.