La confianza, cuando se tiene, suele yacer en el fondo del alma junto a la justicia, la honradez, el equilibrio y la veracidad. Se adquiere después de mucho, pero cuando la depositas en algo o alguien que consideras cabal y justo, amigo, incluso amante, sueles hacerlo por completo. A veces desaparece con el tiempo. Otras, huye de pronto porque es traición o era mentira aquello o aquel en quien creías. Perderla es un desgarro y recuperarla, un camino difícil que asienta en un firme más bien vacilante porque es un poco amargo, triste y escéptico, aunque al final haya merecido la pena. Por eso es importante elegir bien el blanco de tu confianza. Los once ancianos muertos del geriátrico de Olot se equivocaron, y resultó que el amigo en quien pusieron su confianza se los cargó. No tuvieron siquiera la oportunidad de saberse traicionados, de escuchar una excusa, de intentar recorrer el camino de la recuperación. Perder el escueto pero bienhallado subsidio de 426 euros, hará, sin duda, perder la confianza del subsidiado que, tal vez, no tendrá fuerzas para recuperarla. Es probable que no entienda nada. Sobre todo si le cuentan que son ajustes, medidas a la larga provechosas para todos, que a cambio vamos a obtener sustanciosos beneficios. Le explicarán también que, de ese modo, van a recuperar la confianza de los mercados. Y el pobre --de solemnidad-- subsidiado, no podrá comprender nunca que algo tan valioso dependa de ese monstruo sin alma que llama confianza a cuestiones pecuniarias. A lo mejor entonces recuerda aquella vez que su primera novia --en quien tanto confiaba-- se la pegó con otro. El desgarro le puso al borde del suicidio. Y nunca más recuperó la confianza.