TLtas mentiras no son buenas en las artes de la política: el tiempo acaba sacando la verdad a flote aunque sea cuando ya nadie se acuerda del caso. Es mucho más eficaz la creación artificial del desconcierto, la mezcla de argumentos, los juicios de valor, las fotografías poco afortunadas o las frases sacadas de su contexto. Todo se resume en llevar cualquier asunto hasta una identificación que deja inerme a cualquiera.

Después de una semana cayendo bombas sobre Beirut podríamos esperar casi todo, incluso la ya típica disculpa de que contra el terrorismo es lícito arrasar ciudades enteras sin pudor. Lo que no podíamos imaginar es que un pañuelo palestino pudiera ser esgrimido como símbolo de complicidad con el terrorismo y prueba palpable de antisemitismo. Siguiendo razonamientos tan simples, quienes admiramos como referente intelectual a un judío de Philadelphia llamado Noam Chomsky deberíamos ser unos sionistas pro-norteamericanos. Como dice el citado lingüista, todo sería más fácil si empezásemos por ejecutar las resoluciones de la ONU que Israel incumple, pero mucho nos tememos que seguirá habiendo, aquí y en Palestina, quienes querrán continuar practicando el juego del desconcierto en asuntos en los que con la verdad por delante no tendrían nada que ganar. Cuando alguien acusa de complicidad con el enemigo a quien censura los bombardeos a civiles, no está haciendo otra cosa que crear confusión donde no puede tener razón. La seguridad que Israel necesita no la traerá su poderoso ejército sino una inteligente diplomacia que sea capaz de conceder a los palestinos un lugar digno en el mundo.