Hace poco un equipo de arqueólogos descubrió en Mantua, en Italia, los restos de dos cuerpos que fueron enterrados hace más de 5.000 años. Eran los cuerpos de un hombre y una mujer. Y estaban abrazados. Cuando vi la foto del hallazgo me pareció que el abrazo era de esos que se dan al meterse en la cama dos personas que se quieren mucho. Abrazos que pueden durar 5.000 años. Luego pensé que lo mismo estaba confundido y que la razón del abrazo podía ser el miedo, el temor a algo. Aquello me generó cierta inquietud, saber que cualquier interpretación que se haga de las cosas podría ser un gran error. Una vez leí una historia maravillosa que me sirvió para encabezar un libro de poemas, decía así: "En Costa de Marfil existe una ciudad denominada Abidjan, conocida como el París de Africa Occidental, en cuyas inmediaciones se extiende una reserva de selva tropical que llaman Parc du Banco. A pocos metros de su entrada, por un camino de tierra, se encuentra la lavandería al aire libre más grande del continente africano. Allí, cada mañana, se produce un inolvidable espectáculo: cientos de fanicos (así se conoce a los lavanderos) se reúnen en el centro de la corriente del río para hacer la colada. Todos los días se encargan de frotar enérgicamente la ropa sobre unas piedras de enormes dimensiones que están sujetas por viejos neumáticos y, una vez limpia, la extienden sobre las rocas y la hierba a lo largo de medio kilómetro. A pesar del enorme reguero de telas nunca confunden sus prendas con las de otros". Y ese debe ser el secreto de la felicidad. No confundir las cosas. No tener miedo a equivocarse con lo que nos rodea. Eso debe ser como estar abrazado en la cama a alguien que se quiere mucho. Así hasta 5.000 años.