En La conjura de los necios , el protagonista, Ignatius, tenía la idea de un nuevo orden mundial, pero se sentía perseguido e incomprendido por todo el mundo. Lo contó Kennedy Toole en una divertidísima novela. Ahora, el jefe del Panel de Cambio Climático, señor Pachauri , que nos ha tenido entretenidos estos años con predicciones horrorosas está un poco molesto. Porque al invierno le ha dado por ser invierno, con su frío intenso, sus calles blancas y hermosas máquinas quitanieves asomando por cualquier rincón. También la sequía ha desaparecido y, en su lugar, han irrumpido lluvias que no cesan y arroyos vigorosos. Encima, el hielo de los glaciares del Himalaya no se derrite como estaba programado. Este tipo --a la sazón premio Nobel, premio que a este paso va a quedar en manos de cualquiera, casi como la medalla de Extremadura-- basaba su prestigio --supongo que también el sueldo-- en profetizar todo lo contrario y ahora, como le ha salido el tiro por la culata, hay algunos que piden su dimisión. El dice que no piensa dimitir, porque en el fondo, la ciencia que avala sus informes no está en entredicho y todo lo ha estudiado muchísimo. Dice también que lo que pasa es que hay una conjura en su contra: la componen nada menos que 2.300 lobistas de Washington DC. Quieren desprestigiarle para conseguir que no se hagan políticas ni legislación sobre el cambio climático. No falla. Si sale algo mal tienen la culpa otros. Igual argumento ha usado nuestro Gobierno: alguien conspira para que no nos salgan las cuentas ni haya trabajo ni den para nada las pensiones. Esto de las conjuras parece una epidemia. Y sería divertidísimo si todo fuera ficción. Pero es real. Ellos existen.