TMte llama la atención la ligereza con que algunos escritores y locutores utilizan la pluma o el micrófono para elevarse sobre el resto de los mortales. Será legítimo sentirse con licencia para tutelar a la humanidad, pero tengo la sensación de que sobran profetas en este oficio. El tema estrella de los moralistas durante fechas señaladas (Navidades, etcétera) es el consumismo. El anticonsumismo, más bien. Hago examen de conciencia y caigo en la cuenta de que yo también compro artículos innecesarios. Pero de ahí a criticar a toda una sociedad... (¿Quién soy yo para indicarle a nadie qué es necesario y qué no?). Los anticonsumistas, en líneas generales, no se distinguen mucho del ciudadano medio, y algunos de ellos, los más ilustres, tienen carnés de El Corte Inglés y del Club de Golf. Sospecho que la mala conciencia es lo que lleva a tantos popes de la virtud a inundar la prensa de invectivas anticonsumistas. Críticas dirigidas al vecino, claro. El infierno son los otros , dijo el hoy denostado Sartre . En mi visita al barrio judío asideo de Williamsburg (Nueva York) pude ver una comunidad que demoniza el ocio. En este anacrónico lugar no hay negocios de hostelería, tiendas de informática o salones de belleza. A decir verdad, no hay otra cosa que edificios funcionales, judíos ortodoxos y sinagogas. Su rechazo del consumismo, en pleno Brooklyn, es radical. La coherencia entre lo que predican y practican es tan inusual que las agencias de viajes organizan excursiones para que los turistas, enemigos declarados del consumismo en sus ratos libres, puedan hacerles fotos con sus modernas cámaras digitales.