TEtl hombre que llega a su casa de noche no lleva sólo pan y queso. Lleva también una historia para narrar a los suyos. La frase es de la escritora brasileña Nélida Piñón. Nos recuerda los tiempos de la lumbre, del brasero de picón y la mesa camilla, de los gatos restregándose en nuestras pantorrillas y los padres contando la historia del medio pollique, la de las paparramantas, la del terrible Camuñas. Pasan los años y los padres siguen trayendo pan, queso e historias, pero ya no los escuchamos. Mi mujer, cuando era niña y vivía en pueblos de Burgos donde si decías que viene el lobo era porque venía el lobo, escuchaba las historias que traían de la escuela sus hermanos: aquel maestro desquiciado que pegaba con una varina de avellano collejas descomunales, un día se le rompió la varina, pidió otra, un pelotilla se la regaló y el maestro la probó con él; o la maestra Marilyn, que llegaba a clase en Vespa, con el pelo platino ondeando, y todo el pueblo se paraba para verla.

Hoy es distinto. A la hora de comer los padres callan y los hijos hablan de que van a abrir una tienda nueva en Cánovas, de los precios de las cenas de Navidad y de una web para reservar hoteles. Luego se enciende la tele para ver la vida de otros y olvidar la propia. Ya no hay paparramantas ni lobos hollando la nieve. Sólo a veces, alguna noche rara, recuperamos la infancia, rescatamos los relatos de entonces y nos pellizca la nostalgia. Por un instante somos felices, pero no nos percatamos y al día siguiente volvemos a ser absorbidos por la inercia de la frivolidad y el tedio de vivir en los otros.