TUtn amigo me contó hace poco que un compañero de trabajo y su esposa habían adoptado dos niñitos chinos con deficiencias mentales. No conozco a este matrimonio que viajó hasta China para llevar a cabo una hazaña que ya quisiera Marco Polo , pero hago extensiva desde esta esquinita de la contraportada mi admiración hacia ellos. Una abnegación inusual la suya. Por poner un ejemplo, no creo que el arriba firmante, en un viaje similar, hiciera algo más meritorio que fotografiar la Gran Muralla China o atiborrarse de arroz tres delicias. La noticia de esta doble adopción, escaparate de lo mejor de la condición humana, me dejó secuelas parecidas a las de una novela de Dostoievski . Durante un par de días analicé la inagotable capacidad de bondad de ciertas personas sin alcanzar ninguna conclusión categórica.

Fue por esa época cuando la prensa y la televisión ofrecieron las primeras imágenes del etarra Txapote montando sus numeritos de circo durante el juicio al que ha sido sometido por el asesinato de Fernando Múgica . Si me cuesta entender el sacrificio del matrimonio antes citado, más me cuesta entender (por motivos opuestos) la ausencia de remordimientos de este sicario, que ha despreciado e insultado repetidamente al tribunal y a los familiares de la víctima.

Decía Jack London en El vagabundo de las estrellas que "las prisiones son una dura escuela de entrenamiento filosófico". Condenado a 82 años de cárcel, tiempo tendrá Txapote, libre de los focos mediáticos, de reflexionar (¿haciendo autocrítica?) sobre el daño que ha hecho a personas inocentes que cometieron el delito de no pensar como él.