TAt mí me dan miedo algunos dueños, ellos no, pobres. Vas caminando tranquila y se te lanza encima una criatura peluda o un ejemplar de raza peligrosa, de los que están entrenados para matar. O estás en el parque, rodeada de niños, y avanza hacia ti ladrando el perro de los Baskerville. Entonces los dueños gesticulan y gritan desde lejos, siempre desde lejos, no hace nada, solo quiere jugar, pero tú solo piensas en los niños, en el pavor que muchas personas sienten hacia los perros sueltos y maldices las ganas de jugar de este animal que no tiene más culpa que ser propiedad de otro animal que no cumple la normativa. Y de los excrementos mejor no hablamos.

Pobres. Nacieron para correr no para permanecer encerrados. No me extraña que aprovechen la escasa media hora del paseo para abalanzarse sobre cualquier cosa ante la mirada pasiva de algunos dueños que presumen de último modelo como si fueran coches o los azuzan como un juego entre las litronas. Todo sin molestarse en educar a un animal que han comprado como un capricho para vigilar su adosado o las cuatro paredes de un apartamento minúsculo.

El problema es que los animales siguen siendo animales, y les da por ladrar, molestando a los vecinos, sobre todo cuando no se los saca de paseo. Pero hay solución para todo. Collares antiladridos que producen descargas eléctricas o lo mejor, la cordectomía, o sea, la mutilación de las cuerdas vocales. Lo malo es acostumbrarse a que un doberman gima afónico, pero nadie es perfecto.

No es una película de terror. En España hay muchos dueños que han elegido pasear animales sin voz. Como para no tenerles miedo.