Cuando uno no está muy seguro de sus convicciones --o, como Groucho Marx , las cambia cuando no caen bien--, cuenta lo que considera será más aplaudido. En eso consiste ser políticamente correcto. Los que lo son viven mejor, aunque no tengan ni pajolera idea de lo que defienden o estén en permanente contradicción consigo mismos. Pero te dan algún carguete o te llaman a conferenciar, aunque también sirve para andar por casa. Por ejemplo, el fontanero, que viene a solucionarte lo del grifo, y cuando coge confianza te cuenta que es de izquierdas, y hay que ver el del bigote, la que nos lió con la guerra. Sigue con que al aprendiz lo ha echado, se pasaba un montón y que ahora coge a un chaval del barrio que le hace el doble por la mitad y ni cotiza por él, no le ha dado de alta. Luego que a su señora la tiene como a una reina, pero de salir por ahí a golfear, ni mijita, qué se le ha perdido a ella en la calle. Al final te tima en el precio y se despide diciendo lo bien que nos entendemos los de izquierdas, porque es lo correcto en este país, aunque tal circunstancia solo venga definida por el odio al del bigote. La semana pasada el del bigote daba una conferencia en Oviedo. Según las crónicas, un grupo de "estudiantes" le llamó asesino y criminal. Hace un tiempo, Ibarreche tuvo un altercado similar en Granada. Le dirigieron idénticos insultos un grupo de, esta vez, "ultraderechistas". Probablemente, ambos, dijeran alguna incomodidad en sus intervenciones. Pero este pueblo sigue empeñado en ser prisionero de un pasado muy pasado. Y todavía es más correcto llamar asesino a uno con bigote que a un vasco. Aunque los dos sean igual de feos.