El cine es verdad 24 veces por segundo. Que diría Godard. Es verdad. Y en esa verdad que él defendía Anna Karina fue imprescindible. Godard hubiera sido menos Godard sin Anna. Y el cine hubiera sido menos cine. Se podrían contar por centenas, me incluyo, las personas que encontraron la belleza del cine en ella y en su Nouvelle Vague. Que no quepa duda de que marcó a unas cuantas generaciones. Y lo seguirá haciendo porque lo bueno del cine es que, aunque Anna ya esté en las estrellas, su verdad es eterna.

En la búsqueda continua de esa verdad, la suya, se encuentra Silvia Venegas (Santa Marta, 1982). La extremeña camina entre el periodismo y el cine. En lo primero encontró una vocación y en lo segundo, su manera de contar. Es directora, guionista y mitad de la productora Makingdoc. Sus trabajos han recorrido más de 300 festivales y forma parte de la Academia del Cine Europeo. Sus estanterías bien pueden presumir de premios Goya y ahora, en una edición gloriosa para el cine extremeño, aspira a otro por su último cortometraje Nuestra vida como niños refugiados de Europa, donde confirma que su alma pertenece al reporterismo y a la calle.

Recuerda que desde que estaba en el instituto quiso estudiar Periodismo pero no le llegó la nota así que entró en Historia. «Los historiadores son los periodistas del pasado». Años más tarde se matriculó ya en la carrera de Colombine en la Universidad Carlos III. Ese iba a ser su futuro hasta que la cámara se cruzó en su camino. «Hice un viaje por el sur de Europa y visité Kosovo en 2006, la guerra había acabado en 99, nadie había contado qué había pasado después, cuando volví a España creí que era necesario». En esa época universitaria conoció a Juan Antonio Moreno Amador y junto a él materializó su primera experiencia en el documental. «Fue muy enriquecedor». Con este trabajo consiguió ya sus primeros reconocimientos. Ambos crearon la asociación No estamos de paso en 2007. «El objetivo era ser herramientas de sensibilización social». Makingdoc nació en 2010. «El año que viene cumplimos diez años». Fijaron la sede en Talavera la Real y aunque, sus historias se cocinan en Extremadura, son globales. «Queremos que las películas se entiendan en todo el mundo».

Donde otros son muros, Silvia es un puente. Con Los hijos de Mama Wata (2010) habla de la realidad de Sierra Leona tras el fin de la guerra de los diamantes, en Walls (2014) mira a lo cotidiano y con la laureada Palabras de caramelo pone el ojo sobre los campamentos de refugiados en el desierto del Sáhara. En Boxing for freedom (2015), que fue seleccionado para los Premios de Cine Europeo, relata el combate de Sadaf Rahimi, la mejor boxeadora de Afganistán que debe enfrentarse a las tradiciones de su país y en Kafana (2016) vuelve al Sáhara a dar voz de los refugiados saharauis que piden volver a casa. Su última historia, que escribe y dirige, también habla del refugio. «Leí una noticia que decía que más de 10.000 menores refugiados habían desaparecido en Europa, me impactó». Así, en Nuestra vida como niños refugiados de Europa mira a los ojos y da nombre a opiniones y emociones --La fotografía, con Silvia a la derecha, es uno de los fotogramas--. Y parece ser que esas miradas han cautivado a la academia.

Aunque suma unos cuantos cabezones, esta última es su primera nominación como directora. Debería estar acostumbrada a los reconocimientos pero niega que le haya ocurrido aún. «Siempre te sorprende, te pones muy nerviosa». Si gana ya sabe a quién se lo agradecerá. «A la familia, a los amigos y al equipo, a todo el equipo porque lo dan todo». Si se lo lleva otro, ganará de otra manera. Cita a Kapuscinski, gran gurú de corresponsales de guerra, y vuelve a reiterar su fe en la humanidad. «Yo confío mucho en las personas, todo depende de las personas, somos la mayor fuerza, somos nosotros los que podemos cambiar las cosas». Precisamente el mismo reportero hizo famoso aquello de que no se podía ser buen periodista sin ser buena persona. Quizá en esto último resida la verdad.